¿Quién decide sobre el destino del esfuerzo?

Nicolás Echániz

Se me puede acusar, quizás con justicia, de excesiva simplificación, pero yo creo que hay un sólo tema fundamental para atender y modificar en esta época y es el que da título a este texto.

Voy a empezar por el final. Quien decide sobre el destino de nuestro esfuerzo es quien controla el dinero. Y podemos liberarnos de su control entendiendo que el dinero no es necesario.

¿Pero por qué querríamos liberarnos?

En la sociedad capitalista, el dinero organiza qué producimos y para quién. Determina quiénes son los destinatarios de aquello que se produce (quienes tienen poder de compra) y quiénes no lo son.

A priori, el dinero parecería ser una “tecnología neutral”, si tal cosa pudiera existir, sin embargo no lo es en absoluto. No me voy a extender sobre todas las características problemáticas, del dinero; para profundizar en esto, existe gran cantidad de bibliografía y material de difusión. Voy a centrarme en un solo problema aquí y es el siguiente: el dinero está diseñado de tal manera que nunca hay suficiente y esta escasez artificial del medio de cambio obliga a la sociedad a vivir en permanente competencia.

El modo en que se construye la escasez es simple: el dinero en la sociedad se “crea” a partir de deuda (crédito) pero estas deudas siempre deben ser pagadas con un interés. El dinero para pagar por el interés No Existe en el sistema. Es decir que si consideramos un sistema hipotético en el que todo el dinero disponible son $100 que han sido puestos en circulación a través de un crédito y el responsable de devolverlo debe devolver $110 al cabo de un año, estos otros $10 de interés sobre el crédito No Existen, con lo cual la única alternativa es pedir más crédito.

En el funcionamiento real, el dinero se crea permanentemente a través del crédito y quien sea más hábil, astuto, o tenga más suerte logrará hacerse del dinero suficiente para devolver su deuda más los intereses, pero siempre, invariablemente, la cantidad de dinero existente en el sistema es menor que la cantidad adeudada, lo que motiva la competencia por obtener el recurso escaso, así como también justifica la apropiación de los bienes del mundo real por parte de las instituciones del sistema financiero como pago por parte de aquellos que no tienen suerte en este macabro “juego de la silla”.

Esto es así a a todos los niveles, desde el individuo hasta las economías nacionales. Esta competencia, aparentemente inevitable, es la que fuerza a cada persona a dedicar su tiempo y esfuerzo a actividades que, aunque puedan estar reñidas con sus propios intereses, valores o convicciones, resultan justificadas por el solo hecho de que “de algún modo hay que ganarse la vida”, es decir: obtener “el dinero necesario”.

Tenemos tan incorporado a nuestra vida el dinero y su lógica, que nos parece razonable que haya gente durmiendo en la calle o muriendo de hambre por escasez del medio de intercambio, mientras las góndolas de los supermercados rebosan de porquerías y abundan las viviendas inhabitadas y los hoteles y alojamientos sub-utilizados. La verdad no proclamada es que si no se tiene dinero, no se es digno de satisfacer los derechos fundamentales.

¿Pero realmente pensamos que esto es así? ¿Estamos contentos con trabajar día tras día para proveer de productos y servicios a quienes pueden comprarlos mientras quienes más necesitarían de nuestro esfuerzo no reciben nada? ¿Inclusive cuando una enorme cantidad de nuestro esfuerzo se destina a producir cosas inútiles que satisfacen necesidades artificialmente impuestas?

El dinero y el sistema financiero, que es su condición de existencia, son defectuosos por diseño. Y aunque su defecto primario sea intencional y por lo tanto pueda no ser considerado defecto para quienes lo controlan, debería serlo para todo el resto de la sociedad, entendiendo que un sistema que tiende a profundizar los problemas sociales en lugar de solucionarlos es un sistema defectuoso.

Pero “aquello que se produce” es una categoría impersonal y pareciera no tener relación con nuestra vida cotidiana, con nuestra actividad, y la intención de este texto es justamente proponer una mirada desde ese lugar. Cada jornada que dedicamos a una labor a cambio de dinero, sin considerar quién será el destinatario de ese esfuerzo y teniendo en cuenta primordialmente que nuestro trabajo sea suficientemente remunerado, sin importar por quién o por qué, estamos colaborando en la profundización del estado actual de cosas.

Y cuál es ese estado de cosas, es bastante simple: es el estado en el que quien más tiene acumula cada vez más y quien menos tiene tiende a tener cada vez menos. Ya no hay mucho espacio para discutir que esta tendencia es permanente, inevitable e irreversible en el sistema capitalista, sin modificar el núcleo mismo de su existencia.

Entonces, si tuviéramos que contestar a la pregunta: ¿por qué querríamos liberarnos?, creo que la respuesta se hace evidente: porque no queremos ser partícipes necesarios de la profundización permanente de la injusticia en nuestra sociedad y de la alienación que significa vivir la vida como una realidad eminentemente económica.

¿Y entonces qué podemos hacer al respecto?

Creo que el primer paso fundamental es entender cabalmente la maquinita en la que estamos insertos y cómo el engranaje que representamos en ella coopera permanentemente en su perpetuación. Entenderlo y, mientras no encontremos solución a nuestra participación, al menos vivirlo con conciencia, sabiendo en cada momento cuándo estamos colaborando con algo que no deseamos perpetuar. El descontento es el primer paso hacia el cambio. El conformismo es el peor enemigo.

Pero entender el problema no es entender la solución. Cada vez que pensamos que para hacer tal cosa hace falta tal cantidad de dinero, estamos reafirmando la mentira sobre la que se construye todo el sistema. El dinero no hace falta. Hace falta organizar el esfuerzo humano. Esto es lo que el dinero hace y lo que permite a quienes lo controlan decidir qué hacer con nuestro tiempo/ esfuerzo/ energía.

Si una comunidad decide resolver sus necesidades fundamentales en base a los recursos, la creatividad y la capacidad de trabajo disponibles localmente, esa comunidad puede prescindir del dinero para tales fines. Y cuando decimos que puede prescindir del dinero no estamos diciendo que no sea útil o deseable contar con un medio de intercambio, pero este medio de intercambio puede fácilmente estar diseñado para el beneficio de la sociedad que lo utiliza y su control depender de ella misma.

Las monedas oxidables, los sistemas de intercambio local (LETS), los bancos de horas, son ejemplos concretos de alternativas saludables de organización de la economía. La economía del regalo utilizada en la comunidad del software libre es otro ejemplo concreto de organización positivamente sinérgica del esfuerzo humano.

Construir alternativas entonces, se reduce a decidir organizarnos. Juntarnos, conocernos, conectarnos, entender la profundidad de nuestros sueños y necesidades y explorar creativamente y en colaboración, los caminos autogestivos que podamos encontrar. Si hay una solución a la economía capitalista individualista es romper la barrera de los individuos en competencia para avanzar hacia la colaboración entre pares.

¿Suena demasiado lejano, demasiado diferente de lo que estamos acostumbrados a hacer? Es posible, pero lo que estamos acostumbrados a hacer está determinando que nuestro mundo sea como es hoy y si estás leyendo este texto, me imagino que no estás conforme con eso.

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