Verdades de perogrullo

Santiago García

“Hay esculturas que todo el mundo admira, como la de Botero en Buenos Aires, pero nadie paga por disfrutar de esas obras de arte cada vez que las ve. Al artista se le pagó en su momento. Es otra forma de entender el negocio cultural y parece que funciona, porque seguimos teniendo escultores que viven de su trabajo. Internet es también un espacio público donde deberíamos poder admirar libremente la cultura sin tener que pagar cada vez que lo hacemos”.

Parecen verdades de perogrullo, como diría mi abuelo, cosas que son evidentes, pero que aún, es necesario recordar. El que lo hizo fue Julio Raffo, abogado argentino especialista en Derechos de Autor. Él fue uno de los ponentes del I Congreso de Cultura Libre que se celebró en Quito los días 17 y 18 de Octubre, organizado entre Radialistas Apasionadas y Apasionados, Flacso Ecuador y la Oficina de UNESCO para los países Andinos. 

Además de Raffo, participaron del Congreso Carolina Botero, co-líder regional de Creative Commons (CC) Latinoamérica, Ignaci Labastida de CC España, entidades gubernamentales, colectivos y hasta la gestora ecuatoriana de derechos de autor. 

Luego de dos días debatiendo sobre propiedad intelectual y software libre, algunas preguntas quedaron titilando entre los 200 asistentes: ¿quiénes salen a defender los Derechos de Autor?, ¿son los cantantes, los cineastas, los artistas de teatro? No. Esta batalla por la Propiedad Intelectual la están abanderando las grandes discográficas, las editoriales y los estudios de cine. Porque en realidad, son ellos los verdaderos perdedores con la difusión libre de la cultura. 

Internet revolucionó el intercambio de libros o música. Antes teníamos que prestar un libro de papel de mano en mano. Ahora podemos compartirlo de forma digital con millones de personas a través de enlaces. ¿Por qué a esta nueva forma de préstamo se la quiere acusar de delictiva?

La industria musical también fue revolucionada por Internet. Antes teníamos que esperar a que la discográfica decidiera hacer famoso a un artista y pocas veces era una decisión motivada por sus capacidades musicales sino por “sus potenciales ventas gracias a un rostro bonito”. Ahora, los artistas pueden publicar, vender o promocionarse sin necesidad de estas codiciosas megacorporaciones. 

La clave está en que Internet eliminó los intermediarios de la industria cultural y los soportes físicos que hacían necesaria su presencia. Son nuevos tiempos pero con viejas leyes. Legislaciones que pretenden incriminar a los que difunden de forma libre la cultura. Una cultura, por cierto, que los artistas crean fruto de lo que han vivido, compartido con otras y otros, una cultura colectiva que regresa a quienes la ayudaron a crear envuelta como una mercancía con precios inaccesibles para la mayoría de la población. 

Hay que renovar las leyes y las percepciones de quienes las hacen. Hay que buscar nuevas formas de que los artistas obtengan los beneficios que les corresponden por su trabajo y que puedan vivir de él,  sin que las intermediarias se queden con el 90% de las ganancias.

Es necesario ser valientes e impulsar medidas como las tomadas por Brasil o Ecuador que obligan a usar Software Libre en todas las dependencias de la Administración Pública y ahorran al Estado miles de dólares en licencias que van a parar a manos de un par de empresas transnacionales. 

Un mundo libre requiere liberar la cultura y las plataformas a través de las cuáles fluye. Otra verdad de perogrullo con la que se cerró la primera edición de este Congreso de Cultura Libre, pero no el debate. Lo seguimos el año que viene. ¿Te anotas?

Más información en el sitio del Congreso

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