Berta Cáceres y el secreto del que nacen los mundos
Gerardo Cerdas Vega
Pero ha sido extremamente difícil para mí comenzar a escribir. Llevo días evitándolo o simplemente no consiguiendo escribir la primera letra, no digamos la primera línea… Al final, ¿qué puedo decir yo de Berta? Es como aquella antigua canción de Pablo Milanés que dice “¿qué puedo yo cantarte, Comandante, si el poeta eres tú?” Muy humildemente, por lo tanto, dejo aquí estas palabras esperando que de alguna manera sean un homenaje personal, y al mismo tiempo colectivo, para una de las personas más increíbles que han cruzado por mi vida y que a su paso iluminó muchísimas cosas para mí y, sin duda, para tantos otros.
Debo haber conocido a Berta en mayo de 2003, durante el I Encuentro Hemisférico frente a la Militarización, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, pero no estoy completamente seguro. Lo digo porque fue en ese mismo encuentro donde conocí otras personas entrañables como Luiz Bassegio, Maria Luisa Mendonça, Gustavo Castro, Santiago Hoert, Lola Cubells, entre otras… Personas que se hicieron mis amigas y cuya presencia ha sido, hasta el día de hoy y de diversas maneras, fuente de inspiración y de afirmación en las elecciones y decisiones. Pero estaba lejos yo de saber y entender las dimensiones que una persona como Berta ya tenía en nuestro continente. Eso sólo lo iría a comprender con el paso de los años, viéndola trabajar, articular, escribir, viajar, en reuniones, encuentros, movilizaciones…
De hecho, amiga, vos vivías siempre en el filo de la vida. En el límite donde cada paso puede ponerte cara a cara con tu verdugo. Amiga querida, ¡qué fuerza tenías, qué poderosa convicción de luchar!
Con toda certeza, no obstante, nos encontramos en 2004 durante el IV Foro Mesoamericano de los Pueblos, en Tegucigalpa. De aquella vez, la recuerdo determinada en las denuncias que hacía contra las bases militares gringas en todo el continente y especialmente en su país, a ejemplo de la base de Palmerola; incansable en el trabajo de las comisiones, ya entrada la noche. Ya en aquellos tiempos Berta denunciaba el asesinato de dirigentes indígenas y campesinos en Honduras y sabía construir redes de solidaridad que desbordaban las fronteras. La verdad, ella fue una militante desde temprana edad y cuando yo la conocí ya tenía muchos kilómetros de estrada a cuestas, desde los años en que trabajó en favor de la revolución salvadoreña…
Pero la primera vez que tuve el honor de ir a visitarla a La Esperanza fue en marzo o abril de 2005, para reunirme con los y las ‘copines’ y pensar juntos algunas estrategias para fortalecer la articulación del Grito de los Excluidos en Honduras. Aquella vez me hospedé durante una semana en su casa y creo que fue allí donde comenzó realmente nuestra amistad. Conocí por entonces a su familia: a su mamá doña Berta, a sus hijas e hijo y a su compañero, Salvador; a los compas del COPINH que me recibieron con una ternura y una simplicidad verdaderamente generosas y espontáneas, como si yo fuera un viejo conocido de todo mundo. Aquel viaje me cambió mucho por dentro. Recuerdo una imagen: en el bus de regreso, ya habiendo pasado el cruce de Comayagua y en dirección a Tegus, miraba las montañas de Intibucá al fondo con la luz del atardecer recortando su perfil y ya sintiendo, profundamente, nostalgia de aquellas montañas y de aquellas gentes.
Esos años fueron alucinados y frenéticos en todo el continente. El Foro Mesoamericano, el Foro Social de las Américas, las jornadas de movilización continental contra el ALCA, las acciones mesoamericanas contra el TLC con los Estados Unidos, la lucha contra la OMC, los encuentros hemisféricos en Cuba, el II Encuentro Hemisférico contra la Militarización (que fue en La Esperanza, en 2008): en todo estaba siempre Berta y el COPINH y a través de ellos fui conociendo a otras y otros luchadores populares hondureños como Miriam Miranda, Betty Vásquez, Karla Lara, Lorena Zelaya, Carlos H. Reyes, Rafael Alegría… Esos recuerdos se mezclan y la memoria no consigue distinguir con total claridad personas, fechas y lugares, pero lo cierto es que fui desarrollando un respeto y una admiración cada vez mayor por el movimiento popular hondureño. Creo que Honduras ha sido, en los últimos años, el país centroamericano más aguerrido y osado en todo lo tocante a la lucha popular. No por acaso, en 2009 vino el sangriento golpe de Estado y se instaló un régimen brutal de persecución y muerte que dura hasta hoy y que ha cobrado tantas y tantas vidas, como la de la propia Berta.
Ese período fue especialmente difícil para mí. El golpe de Estado en Honduras fue en junio y en ese mismo momento yo estaba yéndome a vivir de Costa Rica a Brasil. Así que todo aquel tiempo doloroso y estremecedor lo viví a la distancia, preocupadísimo con la seguridad de los compas, ayudando en lo que podía con denuncias, pronunciamientos y apoyos a través del Grito, pero con una sensación terrible de estar lejos de los acontecimientos mientras nuestros compas eran reprimidos con violencia, perseguidos y, con frecuencia inusitada, asesinados. Con Berta y Miriam mantuvimos mucho contacto en aquel período, pero siempre por correo electrónico o por Skype, cuando se podía. El liderazgo de Berta en todo ese proceso, si ya era fundamental, se hizo colosal. No lo sé, pero debe haber sido en ese momento que sus sicarios comenzaron a tramar su muerte.
En los últimos años nos vimos menos, no obstante aún pudimos encontrarnos algunas veces. En 2012 tuvimos una reunión de la coordinación del Grito y Berta quiso acompañarnos. Se fue a Quito con nosotros y nos ayudó muchísimo a repensar los rumbos de la organización en un momento en que las cosas estaban complicándose por todo lado y había mucha fragmentación entre las redes y movimientos regionales. Ella propuso que organizáramos una asamblea general del Grito en La Esperanza al año siguiente y así quedó acordado. Una noche, después de los debates nos fuimos Berta, Soledad, Larissa y yo a caminar un poco y terminamos bailando salsa en una discoteca de la ciudad, “Mayo del 68”, se llamaba. Aquella noche nos divertimos mucho, bailamos, bebimos cerveza y nos reímos de todo hasta las 5 de la mañana… Casi al final de la velada, Berta me comentaba que le había hecho tan bien haber salido y disfrutado un poco de esas cosas que nunca podía hacer… “Es bueno sentirse por un momento como una persona normal”, me dijo. La frase me tocó profundamente. De hecho, amiga, vos vivías siempre en el filo de la vida. En el límite donde cada paso puede ponerte cara a cara con tu verdugo. Amiga querida, ¡qué fuerza tenías, qué poderosa convicción de luchar!
En medio de las dificultades y el frío de las madrugadas, salimos fortalecidos y ennoblecidos al compartir la lucha y la dignidad del pueblo lenca.
Así, gracias a la invitación de Berta, en agosto de 2013 tuvimos un maravilloso encuentro en Utopía, donde por cuatro días unas 80 personas nos apretujamos y nos hicimos cargo colectivamente de la logística y en medio de las dificultades y el frío de las madrugadas, salimos fortalecidos y ennoblecidos al compartir la lucha y la dignidad del pueblo lenca. Fuimos aquella vez a acuerpar a Berta cuando la estaban juzgando por sedición y cosas absurdas por el estilo, en los tribunales intibucanos. Al final de esos días, con todo el grupo fuimos hasta Río Blanco para una ceremonia maya que cerraría nuestro encuentro y donde Roly Escobar (que también nos fue arrebatado) y doña Pascualita invocaron a los ancianos, a los guerreros ancestrales para que nos acompañasen en las duras jornadas de lucha que por todo el mundo y especialmente por toda América Central y Caribe, nos llamaban (y nos llaman) en estos tiempos que corren. En esos días de encuentro, una noche mientras comíamos frijoles y tortillas y bebíamos el café que nos curaba del frío, me vino al corazón un poema que más tarde quedó escrito así:
Un poema debería parecerse cada vez más
a un frijol: calientito, nutritivo.
Las palabras deberían rendirse con humildad
frente a un vaso de café. No hacer tanto alarde,
y mantenerte despierto.
Ser comestibles,
como una tortilla.
Así que me como estas palabras
y su calor me sostiene.
Me alimento con su belleza
como quien sabe el secreto
del que nacen los mundos.
Creo que Berta es y será para siempre ese tipo de ser que sabe el secreto del que nacen los mundos. Un ser luminoso porque está en conexión directa con su pueblo y con su espíritu profundo y ancestral. Y por eso mismo ahora se ha transformado en una figura universal. A todas las personas que nos cruzamos con ella a lo largo de los años nos estremeció y nos tocó de una manera especial, honesta y simple. Berta no era una persona orgullosa o que se creyera la salvadora del mundo. Era completa y enteramente ella misma, una mujer indígena, feminista, ambientalista y varios otros “ismos” revolucionarios, pero fundamentalmente conectada de verdad con sus raíces y, por eso mismo, conectada con aquello que hay de fundamental en el ser humano: su vocación por la vida. Su estilo directo, simple y sin rodeos, su sensibilidad refinadísima para comprender la conexión interdependiente de todas las cosas, su claridad en la defensa de los bienes comunes y de las comunidades que los protegen, en fin, su capacidad de ser amiga, humana, luchadora… Todo eso estaba reunido en ella de una forma especial y realmente singular.
Berta no era una persona orgullosa o que se creyera la salvadora del mundo. Era completa y enteramente ella misma, una mujer indígena, feminista, ambientalista.
Tan especial y singular que no acabará con su muerte. La verdad, los asesinos pueden haber acabado con su vida individual, física. Pero su vida colectiva, espiritual, profunda, esa vida que le venía de su entrega a las causas y ansias de libertad de su gente (y del mundo) sólo crecerá a partir de ahora. No hay nada más fuerte que el ejemplo rebelde de quienes nos enseñaron a mirar los caminos de la libertad. Creo que su grito alimentará durante décadas la acción popular y su recuerdo inspirará a todos los que enfrentan, de mil maneras, el avance expoliador del capital sobre los territorios y sobre la vida en este planeta. En especial a las mujeres, víctimas por partida doble en un sistema patriarcal que las violenta y las discrimina de forma brutal: esas mujeres que se verán por siempre reflejadas en el ejemplo de Berta, Bertica, nuestra amiga y camarada, que de tantas formas nos enseñó a creer, persistir y mantener la alegría en lo más alto, a pesar de los golpes, a pesar de la violencia, a pesar del horror. Esas cosas, Berta, que no pueden morir.
Su grito alimentará durante décadas la acción popular y su recuerdo inspirará a todos los que enfrentan, de mil maneras, el avance expoliador del capital.
Y ahora que lo pienso, entiendo que Berta fue un ser plural en el mejor sentido de la palabra: múltiple, conectando a otros para reunirse y organizarse y transformar, para resistir y crear algo nuevo de todo ello. Eso era lo que estaba en sus ojos cuando el COPINH consiguió un caserón viejo localizado en una propiedad en las afueras de La Esperanza (creo que durante el gobierno de “Mel” Zelaya) y fuimos a conocerlo. Ella estaba realmente animada aquel día y contando que el lugar se llamaría “Utopía” y que sería un centro de formación para la construcción de un nuevo mundo. Muchas personas ya pasamos por aquel lugar y sabemos lo que éste significa: sin lujos, sin comodidades, fruto del trabajo en equipo y por eso mismo hecho un corazón gigante que a todos nos recibe en esa multiplicidad que Berta supo nutrir como nadie y que nos seguirá fortaleciendo en el camino de las luchas y la transformación.
Berta, querida: al principio me costó comenzar a escribir y ahora me está costando parar… es como si quisiera retenerte un poquito más en estas palabras, porque ahora hablando de vos me siento como hablando con vos, y los ojos se me desbordan y me cae en peso el hecho crudo de que no iremos a encontrarnos más en esta vida. No importa que vos supieras que un día ellos te iban a matar, como me lo comentaste en alguna oportunidad: vas a hacer una falta enorme en este continente que tendrá que seguir luchando a pesar de esta herida. Es así, querida, contradictorio. Seguirás presente, siempre, pero al mismo tiempo ya no estás. Sólo quería decirte, estés donde estés, que prometo no olvidarte y hablarle de vos a todas las personas que me sea posible, especialmente a quienes nunca te conocieron, para que se sepa que hubo en este mundo alguien de tanta belleza, humanidad y coraje. Alguien que antepuso el nosotros al sí mismo con verdad y sin dobleces.
Entonces, gracias infinitas por tu amistad y… ¡hasta la victoria, siempre!