Tensión en la red: Libertad y control en la era digital

Esteban Magnani

Desde que trabajo temas de tecnología digital, no poca gente me consulta qué celular o tablet debería comprarse, si el nuevo modelo de iPhone/Samsung/Motorola ya se consigue en el país o qué definición tiene su pantalla. Y cuando me muestran el celular “viejo” en vías de abandono, suele superar en potencia al que descansa en mi bolsillo, al que mantengo por una razón que puede parecer algo ingenua: satisface mis necesidades de comunicación. Claramente, desde el punto de vista de quienes me interpelan, un “experto en tecnología” es también un fanático de la novedad.

El vínculo tecnología-consumismo se encuentra tan aceitado que pocos perciben la diferencia. El proceso se refuerza por la velocidad de los cambios en el mundo digital, al cual siempre corremos desde atrás, empujados por las publicidades de las grandes marcas. Como niños al día siguiente de Navidad, anhelamos un nuevo objeto apenas desenvuelto el anterior, aunque terminemos comprando el equivalente de una Ferrari cuando en realidad lo vamos a usar para repartir pizzas. Para colmo, la hiperconectividad y las redes sociales fomentan la sensación de que la nueva herramienta nos permitirá ser como Roberto Carlos [1] y tener un millón de amigos, algo que, evidentemente, solo es posible en las redes sociales (de hecho el límite evolutivo de personas con las que se puede llevar una relación personal es de 150 según el antropólogo y biólogo evolutivo Robin Dunbar [2]. Hasta la palabra amistad ha cambiado su significado en los tiempos de las relaciones virtuales y la redefinimos como algo al alcance de un click [3].

La faceta consumista de la tecnología, sobre todo los dispositivos digitales y los servicios que se lanzan al mercado permanentemente está sabiamente fogoneada por el marketing hasta el punto de soslayar prácticamente a todas las demás. Entre las dimensiones opacadas está, por ejemplo, su rol fundamental en ciertas dinámicas sociales novedosas, en la distribución del poder/información y, también, en la forma en que se generan ganancias. Apenas se ha instalado recientemente un debate acerca del lugar de los países del tercer mundo en una red de redes, valga la paradoja, muy centralizada. Pocas personas se preguntan por qué un mail enviado a un vecino cruzará todo el continente hasta llegar a servidores alojados en los EE.UU. para luego hacer el recorrido inverso y, finalmente, aparecer en una pantalla a escasos kilómetros o metros de su origen. ¿Cuánta gente se pregunta qué consecuencias tiene esto? ¿Debería preocuparlos? Tanto confort en el bolsillo para “ahorrar tiempo” (un concepto complejo y discutible), no perdernos, mantener contacto con amigos, tomar decisiones, resolver dudas, conseguir trabajo o novia/o, tiene su precio. Sobre todo cuando tanta comodidad implica ceder alegremente grandes cantidades de información.

Lo que ocurre desde que introducimos una información hasta obtener un resultado parece no interesarnos. De alguna manera volvemos a los cumpleaños de nuestra infancia, cuando observábamos al mago sacar una paloma de la galera una y otra vez. Con el paso de los años nos maravillamos cada vez menos, pero seguimos sin saber cómo ocurre. Somos capaces de imaginar las teorías más conspirativas acerca de un político o un vecino, pero cuando nuestro celular le indica a todo el mundo desde dónde enviamos un tweet, o en el webmail nos aparece una publicidad relacionada con el correo que le mandamos a un primo, simplemente sonreímos sorprendidos por las maravillas de la tecnología. En buena medida nos comportamos como vírgenes digitales que aún creen en los cuentos de hadas donde los príncipes azules ofrecen casillas de correo gratuitas, prácticos sistemas de telefonía por IP sin costo y los correos electrónicos se mueven por el éter sin dejar ninguna huella. Es difícil determinar si esta ingenuidad es producto de un plan finamente diseñado, si es culpa de la novedad permanente que nos agota la curiosidad o si la tecnología digital tiene algo propio que la hace conservar esa imagen etérea. Es imposible ser un experto en todos los aspectos del conocimiento humano, pero en la mayoría de los temas que forman parte de la vida cotidiana, al menos no parecemos tan ingenuos.

Y la tecnología sirve para canalizar el consumismo o una aceptación acrítica de las novedades, pero también puede ser una herramienta para democratizar el conocimiento, difundir información que los grandes medios callan por intereses particulares o permitir, por ejemplo, que se escriba un libro como este en medio de la naturaleza con una laptop conectada a internet. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) son también un campo de batalla en el que se enfrentan, entre otras, dos variables fundamentales: libertad y control. No tantos llegan a visualizar la disputa y esto incide en la forma en que construimos el mundo digital que habitamos, ya sea activa o pasivamente. Este libro hace foco en esas tensiones vigentes con énfasis en la mirada local, ya que la mayoría de los libros acerca de estas temáticas se escribe en los países centrales y con una perspectiva acorde. Son numerosos las cuestiones que rondan este eje y que resultan relevantes para entender los distintos aspectos de la relación.

A la complejidad de un entramado tan novedoso se le suma la dificultad para hacer pie en una realidad cambiante. Los nombres de los programas, páginas y hasta de las empresas más exitosas que parecen guiar el mundo tecnológico suelen cambiar rápidamente. Ya pasaron Netscape, Napster, Altavista, ICQ y tantos otros líderes de sus nichos, que se vieron superados por recién llegados. Algunos pocos lograron gracias a una combinación de fuerza y maleabilidad (en algunos casos gracias al control casi monopólico de algunos nichos), como Microsoft, Intel, IBM o Apple, mantener una posición sólida en el mercado a lo largo del tiempo. Sin embargo, en esa vorágine con rostros cambiantes algo queda. Hay cierto criterio, ciertas matrices, preguntas, cuyas respuestas parecen cortadas con la misma tijera. Si no fuera así, hace tiempo que la tecnología nos habría devorado en cuerpo y alma, nos habría transformado, parafraseando a Zymungt Bauman [4], en una sociedad líquida que se escapa permanentemente de un colador a otro.

El cronista de esta carrera puede aprovechar la experiencia para detectar rupturas y continuidades e intentar fotografiarlas para los lectores. Detrás de ese ejercicio con apariencia de intento de parar el agua con las manos, aparecen narrativas útiles para entender cómo funciona determinado fenómeno (al menos por ahora), pero también para incorporar herramientas capaces de analizar lo nuevo que tampoco permanecerá sin variantes. Este libro hace hincapié en los casos particulares para ilustrar fenómenos heterogéneos y con muchas facetas. Y el lector tendrá que llegar a sus propias conclusiones a partir de información que no siempre permite posiciones claras y firmes.

Por último, una aclaración más respecto de cómo la tecnología ha producido cambios en la cultura y algo que afecta incluso a libros como este. Cuando hablamos de productos culturales en formatos digitales (EPub, Xvid, mp3, ogg, avi, etc.), mientras el costo de distribución baja, debe aumentar la inversión para limitar el acceso a ellos y dificultar su consumo sin previo pago por medio de sistemas informáticos, controles, monitoreos online, abogados, etc. Esto ocurre para proteger sobre todo los derechos de autor (hay quienes creen que debería pasar a llamarse “Derechos de autor y derecho de copia” para responder a la nueva realidad [5]), pero también las patentes y marcas. La legislación que regula esta forma de “patrimonio” se creó en forma relativamente reciente, durante los últimos 250 años. Durante la mayor parte de la historia, las ideas circularon libremente (al menos entre los hombres, aquellos que no eran esclavos y tenían tiempo para detenerse en ellas, claro). La limitación estaba dada por el acceso a los soportes materiales que las transportaban y la posibilidad de tener el tiempo para disfrutarlos. Estas restricciones, sobre todo la primera, son cada vez menores en la actualidad porque las ideas circulan en forma digital, casi sin costo, lo que debería permitir un acceso generalizado. Ahora son más bien las leyes las que limitan el acceso. ¿Esto resulta positivo? ¿Para quienes?

James Watt, a quien se considera inventor de la máquina de vapor, podría haber sido muy rico y dejado una fortuna a sus herederos en caso de haber patentado su obra. ¿Cómo podría haber beneficiado esto a la humanidad? ¿Habría tenido más ideas geniales en caso de ganar fortunas por su invento? El argumento de que un autor debe poder vivir de su obra resulta más que razonable, pero ¿cuánto necesita para vivir un autor? ¿A partir de qué punto la propiedad de las ideas produce más daño que beneficio al conjunto de la humanidad? Incluso la idea misma de “inventor” es cuestionable. Ni los genios más geniales inventaron en el vacío. Watt, por ejemplo, en realidad mejoró tecnologías conocidas, pero no las inventó desde cero. Sin sus antecesores no habría sido capaz de desarrollar su obra como ocurre a todos y cada uno de los creadores. Nadie crea en el vacío y al limitar el acceso a las ideas propias, dificulta que estas se enriquezcan con nuevos aportes. El creador que aporta algo más valioso para la sociedad puede estar mejor retribuido, pero que esta lógica se lleve hasta el infinito no parece razonable ni beneficioso para la humanidad, si no más bien para aquellas empresas intermediarias que se dedican a cercar parte del conocimiento para mantener su negocio.

Por eso este libro se publica con una licencia que permite o incluso incentiva, que se fotocopie, descargue, lea en público, se copie a mano, preste, etc. siempre y cuando se haga sin fines comerciales. El lector no encontrará entre estas páginas esa frase que parece inseparable de cualquier publicación: “Prohibida su reproducción total o parcial…”. De esta manera permite que lo lea tanto quien tiene dinero como quien no lo tiene.

Luego de estas extensas aclaraciones, cierro esta introducción con algunos agradecimientos que debo hacer aún a costa de aburrir a quienes les da igual quién me haya ayudado. Primero a amigos y conocidos que se interesan por estas temáticas, quienes brindaron su tiempo y talento generosamente para contribuir con comentarios que, sabían, se compartirían con licencia libre: Maxi Contieri, Pablo Vannini, Osiris Gómez, Sebastián Schonfeld, Guillermo Movia, Pablo Etcheverry, Ana Marotias, Ariel Vercelli y otros que, menos sistemáticamente, también hicieron su aporte. También al equipo que me ayudó a preparar la campaña en idea.me, Andrés Snitcofsky (creador del video y diseñador de la tapa), Diego Alterleib, responsable de la genial ilustración al frente de este libro y el think tank de la cultura libre formado por Eleonora Fernández, Bárbara Panico y Pablo Bianchi. Por último, a mi padre, Luis Magnani, dedicado y detallista corrector y “cortador” de palabras inútiles que restan más de lo que suman.

Así comienza este libro que rescata, amplía y actualiza las investigaciones realizadas para varios artículos publicados por su autor en medios gráficos (Página/12 y Caras y Caretas) y en la columna de tecnología del noticiero de la TV Pública, complementadas con capítulos escritos especialmente para este libro.

Referencias

[1] Ver http://www.youtube.com/watch?v=pcj8FwgIdKI

[2] Ver http://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%BAmero_de_Dunbar

[3] A propósito de este tema, recomiendo el muy buen video “The innovation of loneliness” http://vimeo.com/76287613

[4] Bautman, Zygmunt, “Vida líquida”, Barcelona. Paidós Ibérica. 2006.

[5] Vercelli, Ariel “El derecho de copia”, Revista Chasqui Nro 123, 9/2013. http://www.arielvercelli.org/2013/09/16/el-derecho-de-copia/

Tensión en la Red. Libertad y control en la era digital por Esteban Magnani se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional

NdeE: Este texto forma parte de la introducción del libro de Esteban Magnani, quién progresivamente va publicando los capítulos subsiguientes en su sitio web personal. En paralelo, continúa su campaña en idea.me para conseguir financiamiento y editarlo en papel.

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