La necesidad de invertir el dinero
Nicolás Echániz
Tan poderoso que para los EE.UU. existe la categoría específica “too big to fail”, que sería algo así como: demasiado grande para dejarlo caer. Esta categoría tan extraña garantiza que los monstruos más voraces del capitalismo financiero descontrolado tienen la supervivencia asegurada. Es así que tanto en el imperio del norte como del otro lado del Atlántico en numerosos países europeos, cuando el sistema parecía colapsar, fueron los Estados, utilizando la riqueza de sus pueblos, los que “rescataron” al sistema financiero de su caída. Transfirieron en pocos días enormes cantidades de dinero de la sociedad a sus miembros más irresponsables y egoístas para preservar el statu quo, para que los más obscenamente ricos sigan especulando impunemente en su juego financiero con la vida del resto mientras las personas de a pie quedaron en la calle, con hambre o sin protección social.
Países que se resistieron a aplicar nuevas políticas de “austeridad”, o de transferencia de riqueza hacia la cima de la pirámide, como la Argentina, son víctimas del disciplinamiento propinado por lo más recalcitrante del sistema: los fondos buitres, apoyados en unas cortes de injusticia que desde el norte pretenden gobernar el mundo y de hecho lo hacen. El apoyo unánime de los gobiernos del planeta a la posición de Argentina carece de instrumentos reales que puedan detener en los hechos esta maquinaria de apropiación de riqueza que durante tantos años se fue construyendo como un mecanismo de relojería que tiene al poder político completamente acorralado.
El instrumento alrededor del cual gira todo el problema es uno: el dinero. Pero el dinero ha tenido y puede aún tener muchas formas, muchas formas de ser dinero y de cumplir de mejor o peor manera su función.
El dinero que utilizamos, basado en un sistema de deuda e interés financiero cumple bien una sola función: la de reserva de valor. Tan bien cumple esta función que quienes acumulan cantidades de dinero, sólo por tenerlo, prestarlo y hacerlo circular en el sistema financiero, acumulan cada vez más riqueza mientras que la gran mayoría de la humanidad es cada vez más pobre en comparación.
En su función de unidad de valor, el dinero que utilizamos resulta en general ineficiente. Pensemos en otras medidas, como el kilo o el metro. Qué ocurriría si a medida que pasa el tiempo los centímetros fueran cada vez más cortos o los gramos cada vez más livianos? Sería realmente difícil utilizarlos como unidades uniformes de medida. Eso es lo que ocurre con el dinero, que con el correr del tiempo varía (generalmente disminuye) su capacidad de compra.
Pero la función quizás más relevante para la gran mayoría de las personas y que el sistema actual cumple con menor efectividad es la de medio de intercambio. Es esta función del dinero la que lo determina como organizador central del esfuerzo humano.
La economía podría sintetizarse como: la estrategia que utilizamos para organizar la utilización de la energía y la materia, transformadas por el ingenio y el esfuerzo humano para cumplir algún fin. Una economía saludable para la humanidad consideraría que ese fin es cubrir de la mejor manera posible las necesidades de todos y todas. Sin embargo el sistema que hemos creado, o nos han impuesto, establece que ese fin es el lucro y en definitiva determina que los ricos sean cada vez más ricos; todo lo demás son efectos colaterales.
Pensemos por un momento en el objetivo de “cubrir las necesidades de todos y todas”. Si yo fuera un constructor, un albañil, pensaríamos que lo más razonable en línea con el cumplimiento de este objetivo sería que mi esfuerzo se destinara a construir viviendas para aquellas personas que no tienen techo. Si yo fuera agricultor, el fruto de mi trabajo en colaboración con la tierra debería destinarse a las personas que no tienen alimento suficiente. Si fuera médica, mi pericia y mi saber deberían atender a las necesidades de salud de las personas que carecen de toda atención. Podemos seguir con esta lista de “lo que debería hacerse” si nuestro objetivo económico como sociedad fuera: “cubrir de la mejor manera posible las necesidades de todos y todas”.
Pero qué ocurre en la realidad? Quien tiene dinero para pagarle a un constructor o a un arquitecto no es la persona que más necesita un techo; quien tiene dinero para comprar alimentos en abundancia no es la persona que más necesita alimentarse; quien tiene dinero para pagar un servicio de cobertura médica de excelencia no es quien más necesidad tiene de esa atención. Quién más dinero tiene es quien menos necesita, pero es para quien más destinamos el producto de nuestro trabajo.
Esta premisa tan simple es la que configura la injusticia central de nuestras sociedades. No trabajamos para quien lo necesita, trabajamos para quien puede pagar. Y así construímos mansiones que permanecen deshabitadas, hoteles desocupados, alimentos que se descartan, baratijas electrónicas que por diseño se rompen al poco tiempo… y lo paradójico es que quienes construimos, fabricamos y elaboramos tanta producción inútil, somos justamente esa mayoría, que necesita de otras cosas pero no tiene el dinero para comprarlas. El dinero nos organiza, pero nos organiza hacia un objetivo contrario al bien común.
Este dinero que conocemos, es escaso por diseño y tiende a concentrarse en las manos que lo acumulan, también por diseño. Si quienes controlan el dinero lo quitan de circulación, no hay dinero en la sociedad y a pesar de que existan todas las mismas capacidades y necesidades, las crisis construidas por el poder financiero nos dejan económicamente desconectados, vulnerables y listos para aceptar más políticas de ajuste y pérdida de derechos. Ellos juegan a la ruleta rusa, pero con la cabeza del pueblo; de ellos son las ganancias, nuestros el miedo y el riesgo.
Mientras sigamos utilizando un sistema de dinero que ha sido creado para beneficio de los ricos y en detrimento del resto, seguiremos sufriendo crisis artificiales, hambre, escasez de viviendas y necesidades insatisfechas, porque nuestras propias manos y nuestra propia creatividad seguirán siendo rehenes del dinero de quienes no las necesitan. Y así como nuestra energía es puesta al servicio de los dueños del dinero, también las decisiones sobre la explotación de los recursos naturales, los niveles de contaminación tolerables, la generación de energía y su destino y en general toda transformación material del planeta que la humanidad realiza, son decididas por quienes concentran el dinero: corporaciones mineras, corporaciones agroindustriales, corporaciones energéticas, corporaciones de comunicaciones y sobre todas ellas: corporaciones financieras.
Pero por qué nosotras, las personas de a pie, aceptamos seguir consolidando este orden de cosas? Por qué salimos a la mañana con el portafolio a la oficina de la corporación que nos emplea, o con la mochila de fumigar al campo, o con el pico y la dinamita a la mina? No lo hacemos porque creamos que trabajar para quien menos lo necesita o para empresas que no comparten nuestros valores sea la mejor forma de utilizar nuestro tiempo y energía; lo hacemos porque queremos alimentar, vestir, dar un techo, educar y mantener saludable a nuestra familia y para ello necesitamos dinero.
¿Y si el dinero no fuera escaso?
Qué haríamos si la familia que vive en la calle tuviera tanta capacidad de pagar por nuestro trabajo como el dueño del banco? Para quién decidiríamos trabajar entonces?
Existen ejemplos de sistemas de dinero y de organización económica diseñados para funcionar en beneficio de la mayoría y no de la minoría más poderosa. Es evidente por qué estos sistemas no se implementan en forma generalizada: a esa minoría no le interesa y tienen el suficiente poder para impedirlo.
En este número de Pillku compartiremos algunas experiencias de la implementación de sistemas de moneda alternativos, teorías e ideas relacionadas al cambio de paradigma monetario. El cambio empieza a escala humana, a pequeña escala y todas podemos ser protagonistas si decidimos traspasar la barrera de imposibilidad mental que hemos construido durante tanto tiempo.
Esperamos que este humilde aporte nos ayude a invertir el dinero, a ponerlo “patas arriba”, para que deje de ser un instrumento que nos domina y se convierta en una herramienta que comprendemos, modelamos y ponemos al servicio de un orden social justo.