Una fisura en el campo cinematográfico mexicano
Ehécatl Cabrera Franco
El campo cinematográfico
La cercanía histórica del origen del cine nos permite afirmar que, antes que otra cosa, una película es un artificio hecho por personas (trabajadores), que se organizan en diferentes actividades (división del trabajo), que operan máquinas (empleo de técnicas) para registrar interpretativamente acciones, construir narrativas, y para generar y distribuir los productos finales (relaciones de producción).
El cine desde su origen ha ido desarrollando un lenguaje propio, un conjunto de códigos narrativos-audiovisuales, del cual se derivan todas las prácticas comunicativas que involucran imágenes en movimiento y sonido. Pero también se ha consolidado como un campo autónomo conformado por instituciones, agentes específicos, parámetros legitimadores y esquemas de producción, distribución y consumo de los contenidos producidos.
En pocas palabras el cine es, tanto un lenguaje, como un conjunto de relaciones sociales entre agentes diferenciados (productores y receptores con diferentes posiciones sociales), al cual le llamamos campo cinematográfico (Bourdieu, 2002), y que tendrá características específicas según las coordenadas geográficas y temporales en que se inscriba.
En México el campo cinematográfico está en tensión continua entre la producción cinematográfica culta, apoyada por las escuelas de cine y las instituciones estatales (campo artístico), y la producción de entretenimiento, la cual es generada principalmente desde los enormes consorcios mediáticos estadounidenses (campo de poder económico) con un dominio aplastante en cuanto a cantidad de receptores y generación de ganancias económicas.
Cuando la producción y distribución cinematográfica nacional se debate entre estas dos posiciones, se encuentra que los imaginarios dominantes de los receptores son moldeados desde las representaciones fílmicas con mayor audiencia y las de mayor prestigio, aquellas generadas desde el poder económico (industria mediática) o el cultural (alta cultura).
La fisura desde el margen
Los primeros días del año 2013, varios integrantes de la comunidad de “hackers” organizados en torno al encuentro anual “hackmitin”, realizaron en la Ciudad de México una jornada de reflexión titulada “cine de código abierto”, la cual funcionó como espacio de encuentro y articulación de iniciativas entre individuos con diversas experiencias en la producción y distribución de audiovisuales al margen del campo cinematográfico.
En este encuentro se expresaron ideas y prácticas alternativas de realización fílmica que cuestionaron la relación entre las herramientas, las técnicas y los modos en que se organiza la producción y la distribución de audiovisuales.
Conceptos como artesanía multimedia, cine popular, “hackeo” cinematográfico, procomunes audiovisuales y cultura libre, tejieron un imaginario compartido desde el cual fue posible repensar unas prácticas que no tienen cabida en el campo cinematográfico dominante.
Así se generó en un primer momento un grupo de trabajo organizado en torno a una lista de correos que posteriormente se articuló a otros intereses colindantes, como la promoción del software libre, la seguridad informática, la cartografía colaborativa, el “hacktivismo” y la difusión de la cultura libre, para gestionar un espacio autónomo en la Ciudad de México, el Hacker Space Rancho Electrónico.
A más de un año de su puesta en marcha, en el Rancho Electrónico se comienza a consolidar un proceso de enseñanza alternativa cinematográfica, inspirada en experiencias de educación popular, donde a partir de talleres autogestivos, proyecciones, pláticas, eventos de software libre, cine documental y lenguaje cinematográfico, se intenta generar una fisura en el campo cinematográfico dominante, cuyo acceso está custodiado por las instituciones educativas oficiales, únicas puertas de entrada al campo por donde sólo pasaran unos cuantos elegidos.
Cine hackeado
En el cine mexicano ya han existido diversos movimientos anti hegemónicos, uno de ellos es el generado a finales de los años 60, conocido como “cine independiente en formato súper 8” (Mantecón, 2007), el cual de la mano de equipos de filmación más accesibles y la efervescencia social del momento, generó un cuestionamiento profundo del tipo de películas producidas en la época.
“Hackear” el campo cinematográfico implica en un primer momento revelar los secretos del proceso de realización fílmica, abrir el código para estudiarlo y posteriormente re elaborarlo.
En el actual calendario marcado por la crisis económica mundial y sus repercusiones sociales, también se han desarrollado herramientas que posibilitan producir y distribuir audiovisuales con menos recursos económicos, sin embargo para ello es necesario conocer el código desde el cual son producidos, el lenguaje cinematográfico.
“Hackear” el campo cinematográfico implica en un primer momento revelar los secretos del proceso de realización fílmica, abrir el código para estudiarlo y posteriormente re elaborarlo. Pero no es suficiente esta primera etapa, es necesario un cuestionamiento sobre la forma entera en que los realizadores se organizan para hacer cine, tanto como las relaciones entre productores y espectadores, el tipo de herramientas empleadas y el modo de distribuir los productos terminados.
Éste proceso de “hackeo”, apertura crítica y reconstrucción de la producción audiovisual, debe desarmar el sistema entero; abrir espacios alternativos de educación, emplear y fomentar el desarrollo de software libre y hardware abierto, generar esquemas colaborativos de producción, distribuir los productos con licencias libres y formar espacios alternos de exhibición.
A diferencia de otros movimientos fílmicos, el “hackear” no es un calificativo fijo con normas estilísticas o temas específicos, es un proceso que apenas comenzó en “ciudad monstruo”, el cual antes que estancarse en el enfrentamiento clásico entre renovar la forma o los contenidos, intenta responder al señalamiento crítico hecho por Benjamin desde los años 30 cuando señala que:
“el carácter de modelo de la producción es determinante; es capaz de guiar a otros productores hacia la producción y de poner a su disposición un aparato mejorado. Y mejor es este aparato mientas mayor es su capacidad de trasladar consumidores hacia la producción, de convertir a los lectores o espectadores en colaboradores.”(Benjamin, n.d.)
En este sentido se orienta la experiencia de los “hackers fílmicos” del Rancho Electrónico, quienes desde su experiencia de educación alternativa con herramientas libres, intentan señalar que cualquier persona puede adquirir el oficio de hacer cine, y además que todo el proceso puede ser modificado.
Una vez más las condiciones tecnopolíticas están dadas para generar una verdadera oposición al control de la producción y gestión de las representaciones, y es en el movimiento del software y cultura libre donde se vislumbran oportunidades para imaginar un otro cine, un cine libre.
Bibliografía
Benjamin, W. (n.d.). “El autor como productor”. En: Bolívar Echeverría. Discurso crítico y filosofía de la cultura. http://www.bolivare.unam.mx/traducciones/Elautorcomoproductor.pdf Disponible el 29 de enero de 2014
Bourdieu, P. (2002). “La distinción. Criterios y bases sociales del gusto”. México: Taurus.
Mantecón, Á. V. (2007). “Contracultura e ideología en los inicios del cine mexicano en súper 8”. En C. Medina & O. Debrois (Eds.), La era de la discrepancia, arte y cultura visual en México 968 – 1997 (pp. 58–61). México: UNAM.