Bienes comunes y libertad de expresión
Juan Pablo Suárez
La debate sobre los bienes comunes y la libertad de expresión convocó a Beatriz Busaniche, líder de Creative Commons Argentina y directora ejecutiva de Wikimedia Argentina, a reflexionar junto con otros panelistas y en este artículo se resume el resultado de ese intercambio.
Los cuatro frentes
En 2004, en una conferencia ofrecida en Alemania, Eben Moglen delineó los cuatro grandes ejes desde los cuales debería plantearse actualmente la lucha por la libertad de expresión en el contexto dado por las nuevas tecnologías. Eben Monglen es profesor de derecho e historia en la Universidad de Columbia, y uno de los principales referentes, junto con Richard Stallman, dentro del movimiento de software libre. Para Moglen, el software libre, desde la perspectiva del activismo político, no es más que otra manifestación de la antigua lucha en favor de la libertad de expresión y pensamiento.
Estos cuatro ejes son los cuatro frentes de lucha del presente:
1. Software libre para la autonomía
El primero de los ejes es, lógicamente, el software libre. Decía Beatriz en la charla “el software está en cada momento de nuestro día, desde el momento que nos levantamos y utilizamos el teléfono, hasta cualquier cosa que hagamos, vamos a cruzarnos con una pieza de software, no sólo en la computadora donde nos sentamos a trabajar. El software atraviesa nuestras comunicaciones y almacena nuestra memoria social”.
Habiéndose convertido en el elemento omnipresente de nuestra época, es crítico que exista sobre el software un empoderamiento y control ciudadano. Cuando se habla del software libre, el aspecto más relevante que se desprende desde sus prácticas y filosofía, es la posibilidad material de que cada individuo u organización pueda mantener el control real sobre su propia informática (sin funciones ocultas, o mecanismos de control instalados por el fabricante).
Tener acceso al código para saber cómo funciona, poder cambiarlo y compartirlo, sin otra condición que garantizar la libertad de usuarios y desarrolladores, son los pilares sobre los cuales se sostiene su comunidad. La idea de que una sola entidad pueda monopolizar el control sobre el software (como ocurre con el software privativo) es una idea contraria al software libre. Análogamente, la idea de que una sola entidad pueda monopolizar el control sobre los medios que usamos para expresarnos y comunicarnos es una idea contraria a la libertad de expresión. La lucha por sostener las cuatro libertades del software libre, es en última instancia, una lucha por garantizar la autonomía de medios que posibilita la libertad de expresión.
2. Controlar las copias, controlar el discurso
El segundo eje que trazó Moglen es el de la cultura libre. Tanto desde su definición general: las formas, modelos y patrones a través de los cuales una sociedad se manifiesta, como la restringida: las “bellas artes”, la cultura es por excelencia un bien común y el resultado de la producción colectiva. Es aquello que nos relaciona y nos permite construir diálogos como sociedades. Sólo durante el pasado siglo es que la mayoría de los “bienes y servicios culturales” han sido incorporados dentro de una lógica de producción industrial y reducidos a su dimensión económica.
Lamentablemente, el marco legal y el discurso dominante que condiciona la percepción social del esfera cultural, reflejan esta perspectiva sesgada. Se ha naturalizado el hecho, y la idea, de que es aceptable que casi todas las obras a las que tenemos acceso en la actualidad estén monopolizadas bajo un régimen de acceso y distribución restrictivo, que criminaliza usos tradicionalmente legítimos (una biblioteca de obras que estén en dominio privado es ilegal en internet).
Esto genera un dilema que excede el marco de un análisis economicista, “en un mundo donde todo son bits, donde el costo marginal de la cultura es cero, donde una vez que una persona tiene algo, puede estar disponible para todo el mundo y el único costo es el vinculado al primer poseedor, es inmoral excluir a los pueblos del conocimiento y la belleza. Este es el gran problema moral que el siglo XX le ha legado al siglo XXI”, advertía Moglen en su conferencia.
No es casual que el conflicto entre quienes defienden el acceso a las obras y quienes defienden un sistema de restricciones sea un conflicto de fondo por el control de los medios de comunicación: “leyes que tienden a controlar lo que los ciudadanos hacemos en internet y todo eso montado sobre el control monopólico de la cultura, montado sobre el sistema de copyright”, señala Beatriz.
Históricamente, desde que se hizo posible producir copias a gran escala con la imprenta, el control legal surgió como una necesidad del poder de controlar lo publicado y regular la circulación del discurso. Resistir el sistema restrictivo del copyright liberando las obras como acción política, es reivindicar la posibilidad de que cada cual pueda publicar y distribuir por su cuenta y a su manera, rechazando el avance solapado de nuevos mecanismos de censura a través de marcos legales represivos.
3. Los dispositivos son los medios
Sobre el tercer eje decía Moglen: “Hay fuerzas en nuestras sociedades que creen que sólo si cada medio o dispositivo electrónico se encuentra bajo su control, su modelo de negocios está asegurado. Están en lo cierto. Si ellos tuvieran los medios, rediseñarían internet siguiendo un molde que proteja sus negocios. Pero ellos no van a tener los medios. Nosotros somos los dueños de los medios, porque los dispositivos nos pertenecen. Por eso, nuestra meta es conservar la propiedad de la red, que está hecha de cosas que nosotros hemos comprado, que nosotros hemos instalado, y que nosotros poseemos, y que deben responder a nuestros intereses, no a los de terceros”.
En 2004, cuando Moglen pronunciaba esta conferencia en Berlín, la verdadera batalla por (re)apoderarse de los medios digitales reforzando el control sobre los dispositivos recién comenzaba. Apple daba sus primeros pasos con el sistema de distribución de música iTunes, seguido luego de su éxito por el iPad como forma de acceso controlado a internet y con el iPhone para telefonía celular. Amazon desembarcó en el mercado de distribución de libros electrónicos con el orweliano Kindle. En todos los casos se trata de sistemas verticales de “distribución de contenidos”, cuyo modelo comercial se basa en mantener un control total del dispositivo, y no sólo del software, por parte del fabricante.
El hardware libre representa el modelo opuesto, donde las especificaciones y diagramas esquemáticos de los dispositivos se liberan, y cualquier fabricante, incluso individuos, pueden armar su propio hardware, manteniendo las funcionalidades de los mismos bajo su propio control. La lucha por el control sobre los dispositivos, que son de hecho los medios de comunicación, está más vigente que nunca.
4. El espectro y la tragedia
“Software libre y hardware libre son dos terceras partes de la plataforma para la cultura libre, pero sin ancho de banda, los aparatos se quedan mudos. Debemos recuperar para todos la propiedad común del espectro electromagnético. Todo sistema legal en su base acuerda con que el espectro es un bien común que pertenece a todos, y cada sistema legal niega en la práctica lo que propone como principio”, observa Eben Moglen.
Los medios independientes y comunitarios en Argentina han llevado adelante por décadas una lucha que ha logrado visibilizar en la agenda pública la problemática que expone Moglen: los medios de comunicación como patrimonio común, y la distancia entre el discurso y la práctica en las leyes.
Esa misma lógica que confundía libertad de expresión con libertad de empresa para delinear marcos de regulación es la que se resistió para poder sacar adelante la actual ley de medios argentina, que fomenta y visibilizaba otros actores ignorados desde el mainstream de los medios y el mercado: ONGs, medios comunitarios, medios públicos, cooperativas, sindicatos.
Sin embargo, el discurso de resistencia a los monopolios que se ha convertido en una consigna políticamente correcta cuando se reflexiona sobre los medios tradicionales, pareciera ser un punto de vista marginal en los nuevos, donde la respuesta comunitaria materializada a través de las redes libres y el empoderamiento público del espectro wifi todavía continúa por fuera del marco legal vigente.
Desde Moglen hasta Ostrom
A partir de estos cuatro frentes trazados por Moglen, Beatriz se plantea otra pregunta: “Estas estrategias de autonomía, de desconcentración, de independencia, de liberación, de tomar las nuevas tecnologías en nuestras propias manos, ¿cómo pueden ser enmarcadas de una manera clara por el concepto de bienes comunes?”.
En el año 2009, por primera vez una mujer recibió el premio Nobel de economía. Además de mujer, esta investigadora no era economista, sino politóloga. Su nombre es Elinor Ostron. Junto con su equipo de investigación, Ostron dedicó muchos años a estudiar y teorizar sobre bienes comunes. ¿Qué son los bienes comunes? ¿Alcanza con pensar que se trata sólo de recursos compartidos?
“Lo que nosotros entendemos como bien común requiere por lo menos tres partes: requiere que haya una comunidad que lo gestione, requiere que esa comunidad se haya dado sus propias reglas para gestionar, y que existan esos recursos que se gestionan. Teniendo estas tres condiciones podemos empezar a pensar el concepto de bienes comunes. No es sencillamente aquello que todos compartimos, sino que es aquello que todos compartimos, que gestionamos en comunidad, y que administramos bajo ciertas reglas que nos hemos dado como comunidad. Y acá es donde yo creo que está la potencia del concepto”, explica Beatriz.
“La trageda de los comunes” es un paper que por décadas actuó como un implacable abogado del diablo sobre la viabilidad de los bienes comunes. El artículo escrito por el ecologista Garrett Hardin, postuló que la depredación causada por unos pocos individuos irresponsables eran un lastre inevitable que condenaba a los bienes comunes a la parcelación (privatización), o a la regulación de un agente externo, generalmente el Estado. En este sentido, es la potencia del concepto de bienes comunes, sobre el cual insiste Elinor Ostrom: no sólo interroga sobre el tipo de recurso a ser compartido, sino también sobre quién lo gestiona y bajo qué reglas.
Tal como ha señalado David Bollier, la teoría esbozada por Hardin ha sido objetada como un modelo irrealista: “…En la vida real, los miembros de una comunidad desarrollan una confianza social recíproca, colaboran y solucionan problemas. Los estudiosos de los sistemas de recursos comunes naturales, sociales y culturales, (…) citan cientos de sistemas de gestión colectiva de recursos comunes en funcionamiento, en especial en naciones en desarrollo, lo que revela que el escenario abstracto de Garrett Hardin es empíricamente erróneo (Genes, bytes y emisiones: Bienes comunes y ciudadanía, 2009: 30).
Ver el artículo completo en http://www.derechoaleer.org
Escuchar la charla que está disponible para la descarga en radio Terra.