des-programar en clítoris
laguerraruda
1. La tecnología digital
La parte más grande del clítoris está oculta; apenas podemos ver una pequeña punta que se asoma, arropada de piel, caliente y húmeda. Todo el resto no se ve pero sabemos que existe quienes, al tacto, hemos explorado la vitalidad y riqueza de sus terminaciones nerviosas. La realidad del clítoris es digital. Su anatomía, no menos real, hace parte de las zonas oscuras de la ciencia médica; poco se sabe y a pocos interesa porque poca utilidad tiene para los efectos reproductivos del aparato genital femenino. Y en cambio, su exploración ha sido tradicionalmente restringida a través de eficaces discursos, castigos y costumbres.
Esta imagen se asemeja mucho a la que tengo de internet como-la-conocemos-hoy. Lo más cercano es la ‘punta del iceberg’ donde se encuentran los contenidos indexados, clasificados y debidamente aprobados por los límites de la legalidad y la moral capitalista. Aptos para ser exhibidos en la interfaz gráfica. Y no es que lo demás no exista, es que para llegar allí, a la web oscura donde no hay censura ni jerarquía alguna, hay que tomarse el tiempo y poner en práctica habilidades técnicas.
Después de los contenidos está la infraestructura oculta: cables que habitan bajo el agua y centros de datos asentados en lejanos terrenos áridos. Allí, transformando energía y ocupando el espacio pero sin que podamos notarlo a simple vista, con accesos restringidos, vigilancia 24 horas y un elaborado corpus legal, en crecimiento, llamado ciberseguridad. Y mientras tanto la web, cada vez más normatizada e intolerante a la experimentación.
2. Sudo
Sudan mis axilas a pesar de los esfuerzos del mercado por esconder olor y transpiración. Suda también mi vagina. Suda por la ropa que sirve para esconder el vello y los productos para esconder la sangre. Suda entre los labios y más adentro es un sector placenteramente húmedo donde el sudor se mezcla con otros fluidos. Sudo privilegios de superusuaria. Sudo elegir quién entra y cómo. El dentro es un orificio de más conocido por la medicina, caldo de cultivo de infecciones y trayecto predilecto de la bienvenida a la vida. Objeto del deseo, fruto prohibido. Regularmente monitoreado, celosamente protegido, duramente custodiado. Violentamente penetrado.
La posibilidad de explorar dentro, más allá de lo que dicta la medicina, me remite rápidamente a la idea se un software cuyo código está abierto para ser usado, analizado, transformado y compartido. Entonces vienen dos imágenes más a mi mente: la de un automóvil entregado por piezas separadas para que el usuario encuentre la mejor manera de organizarlas de acuerdo a sus necesidades; y la de las ‘recetas de la abuela’, que para seguir existiendo y deleitando paladares deben ser compartidas entre quienes luego serán también abuelas.
Igual se puede imaginar un cyborg. Ni automóviles ni cocinas. Ni hombre ni mujer. Allá dentro, no en el orificio sino dentro de la carne, en la parte rugosa de arriba se encuentra el clítoris, aunque no se vea. Un software limitado cuya funcionalidad se ha desarrollado poquísimo. Escarbar allí es como entrar en la línea de comandos. Armar mis partes y descubrir en ellas su potencia. Al tacto, el clítoris se inflama y se despliega a lo largo de los labios, incluso sobre la pélvis. Se genera un cosquilleo que puede extenderse por toda la entrepierna y producir contracciones de placer. A veces incluso risas. Pero no es un movimiento automático, no ocurre como reacción al tacto solamente. ‘Tras toda arquitectura [corporal] se esconde una estructura de poder’*.
3. Recursividad
Los manuales son un punto de partida y los hay de varios tipos: infografías, video tutoriales, documentales, porno, animados. Casi todos disponibles en la red pero en ningún caso suficientes para alcanzar las posibilidades que permite el clítoris. Porque los clítoris, como los labios y las vaginas, son siempre diferentes. El aprendizaje se logra solo en la repetición y el disfrute. Una repetición que es recursiva por la manera como se asocia con otros procesos anteriores y posteriores. ‘Cuando hay recursividad surge algo nuevo que se da en la relación entre repeticiones consecutivas’*.
La idea de recursividad me sugiere masturbación. Todo lo que voy activando cada vez que vuelvo a masturbarme, que volvemos a masturbarnos. Aprender qué partes y qué movimientos disfruto más, qué posiciones para producir qué sensaciones. Aprender haciendo, repitiendo para el disfrute, construyendo de la experiencia, explorando siempre sin otro fin más que seguir disfrutando. No hay clímax, no hay embarazos, no hay comienzo ni fin porque el placer no es un medio. Alrededor un espacio deseado y en medio de fluidos, temperatura corporal, participación de otrxs, utilización de cables, aparatos, cámaras, frutas, según cada quien vaya deseando. Porque los placeres, como los clítoris, los labios y las vaginas son siempre diferentes.
Pero los placeres y los deseos son también tecnologías, moldeadas con sistemas de vigilancia, premio y castigo. Deseo conectado a la mirada, mirada que motiva la acción. No exploramos dentro porque no lo deseamos. No hace falta porque fuera todo está resuelto, porque alguien lo ha resuelto para mi ‘comodidad’. Así el cuerpo, así la máquina. Afuera mirada-interfaz, adentro digital-comandos. Entonces viene a mi mente el militarismo que carga la máquina debajo de su interfaz.
4. Desaprender
Porque internet no sólo está ‘basada en la apertura, la flexibilidad y la distribución como concreciones tecnológicas de diseño grabadas a fuego en el corazón del código’*. Se moldeó en el corazón de cuerpos de defensa, de estructuras militares y escolares impresas en el principio de obediencia ciega para la máquina y competencia de la creatividad para sus creadores: ingenio, sometimiento; comando, obediencia; solución de problemas, diseño de algoritmos. Y también se moldeó en el corazón del mercado: evolución de la interfaz por condescendencia con los usuarios finales.
En esos términos, la exploración del clítoris no deja de ser un proyecto colonial. Descubrir para someter, para contabilizar, para hallar regularidades y predecir comportamientos. Fracaso del proyecto (re)productivo, necesidad de buscar nuevas soluciones. Entrada triunfal de las instituciones, exigencia de derechos, domesticación, aprovechamiento. ‘Todo uso instrumental de Internet está condenado de antemano al fracaso’*. Por eso no se trata – no para mí – de armarnos de herramientas para comprender ese órgano allí dentro.
La realidad del clítoris es digital, realidad al tacto, al aumento de tamaño, al placer. Paradigma de aprendizaje no hegemónico. Explorado, de seguro, en el pasado y en el presente. Objeto del disfrute implícito en las narraciones bíblicas sobre Lilith y la magia negra. Perseguido y olvidado. Allí presente, sin embargo. ‘ [El clítoris] no se estudia ni se aprende. [El clítoris] se hace, con otr[x]s, en red. Y, al hacerse, se piensa’*.
5. Autonomía
En tiempos de colectividad, de colaboración y comunicación; en tiempos de romper con el romanticismo y los modelos tradicionales de afectividad y sexualidad; en estos tiempos, sin embargo, resulta más difícil buscar dentro, confrontar el propio cuerpo ante los imperativos de la belleza y la aceptación. Imperativos que moldean como código la posibilidad de querer(se), disfrutar(se), dar(se) placer. Imperativos asentados muy dentro de la carne, muros de acero que custodian la desconexión de la mente con el cuerpo, que garantizan con eso el éxito del capitalismo y su ansia clasificadora: clasificar para no mezclar, para no desordenar, para no fallar.
El éxito es también sometimiento a los otros, al aplauso y la aprobación. El placer de la exploración, en cambio, se comparte en el ‘cada vez’. El aprendizaje se almacena en el ‘cada quien’ y se hace acción en el encuentro. La posibilidad del encuentro, consentido y cuidado, está mediada por la construcción autónoma del deseo. Porque los deseos, como los los cuerpos y los placeres, como los clítoris, los labios y las vaginas son siempre diferentes. ¿Es posible construir un deseo autónomo?
¿Es posible programarnos en clave de clítoris, es posible programar así la máquina? ¿Es posible encontrarnos y comunicarnos a partir de ese lenguaje?, ¿de sentidos-código?, ¿de códigos cuidado?, ¿de cuidado placer?, ¿de placer cuerpo?, ¿de placer consciente?, ¿de placer acuerdo y coquetería, no violencia ni obediencia ni sometimiento?, ¿de placer cooperación y no competencia? Yo creo que sí. Es posible construir sistemas que todavía no podemos imaginar, a través de la exploración contenta y recursiva sobre nuestros órganos y sus posiblidades. Allí habitan las represiones más sutiles y violentas. Allí habitan las revoluciones más severas y potentes.
Este texto es un collage de lecturas, experiencias y diálogos. Los asteriscos * son palabras de Margarita Padilla en su Kit de la lucha en internet.