Politizaciones en el ciberespacio
Margarita Padilla
Qué se juega en el ciberespacio
No es fácil comprender Internet, porque Internet es recursiva. Es al mismo
tiempo un producto y su propio medio de producción. Es tan abstracta como el
código y tan concreta como una infraestructura de telecomunicaciones (global y
de propósito universal). Es tan artefactual, con ordenadores, cables o satélites
claramente identificables, como simbólica, pues permite la construcción de nuevas realidades materiales y virtuales que no podrían producirse de otro modo.
Internet es un asunto complejo. Lo fue en sus orígenes y lo sigue siendo ahora. Sus capas no paran de soportar nuevos desarrollos. Por citar algunos de actualidad: en la capa física, la pasarela entre Internet y telefonía; en la capa lógica, el software como servicio, y en la capa de los contenidos, las redes sociales.
La complejidad de Internet no es un asunto solo técnico (aunque también). Es
una complejidad política, en tanto que su origen es fruto de una alianza monstruosa que desestabiliza a todos los bandos implicados.
Como todo el mundo sabe, a principios de los sesenta la Rand Corporation,
una fábrica de ideas vinculada al complejo militar industrial y de la seguridad y
la defensa de los Estados Unidos, puso encima de la mesa el problema de cómo
mantener las comunicaciones en una hipotética guerra nuclear. Como respuesta a este insólito problema, surgió el delirante concepto de una red que anula el
centro y da a los nodos dos cualidades: inteligencia (para tomar buenas decisiones) y autonomía (para llevarlas a cabo).
En los años sesenta ya había redes (telegrafía, telefonía, radio), pero eran centralizadas y jerárquicas. La industria no estaba interesada en poner patas arriba su concepto de red, que tan bien estaba funcionando, y la flipante propuesta de una red sin autoridad central fue dando tumbos hasta que llegó a las universidades. Las universidades no eran solo catedráticos, departamentos y planes de estudio. También estaban los chicos: una tecno-élite que participaba de la contracultura individualista libertaria (en un mundo de fuertes bloques geopolíticos) y que vio ahí la oportunidad de crear desde cero un nuevo mundo libre: el ciberespacio. Los chicos asumieron el encargo de la Rand Corporation y le entregaron una red a prueba de bombas. Pero por la noche habían trabajado fuera del guion. Tenían el conocimiento y tenían la voluntad, así que incrustaron en Internet desarrollos nocturnos, contraculturales, para las personas, que respondían a sus propias imágenes de lo que debía ser un mundo nuevo. Surgieron el correo electrónico, los grupos de noticias…
En resumen, Internet es fruto de la confluencia entre la gran ciencia propia
de la posguerra (la ciencia de las bombas atómicas) y la contracultura individualista libertaria de las universidades norteamericanas de los años sesenta y setenta. Una alianza monstruosa entre poder y contrapoder, con la autoexclusión inicial de la industria.
Esta alianza produjo y sigue produciendo cambios (inestables) en la arquitectura de la realidad, cambios que a su vez pueden generar nuevos y mayores cambios. Recursividad. La industria presenciará estupefacta la proliferación de nuevos y abundantes bienes inmateriales, para cuya gestión y acumulación no tiene
mecanismos apropiados, y se dividirá entre los que quieren hacer de Internet
otra televisión y los que quieren hacer la Web 2.0. El poder político tendrá que
lidiar con un nuevo (ciber)espacio abierto y flexible, ingobernable para cualquier autoridad central, y cuyas leyes internas no termina de entender; verá surgir una nueva esfera público-privada y se pondrá a temblar. Y los movimientos
sociales se quedarán perplejos por la abstracción del ciberespacio y por la ambigüedad de la voluntad hacker, que lucha, sí, pero a su manera: sin nostalgia
por una comunidad política; haciendo del conocimiento compartido el garante
de la libertad; haciendo lo común a base de individualismo, lo horizontal a base
de meritocracia…
Pero esto no está terminado. Internet es recursiva e impura. Su arquitectura
es su política. Y está inacabada. Se construye y reconstruye en tiempo real en
una espiral de oleadas, de bucles y contrabucles, unos bajo la hegemonía de industrias y poderes políticos, y otros propulsados por luchas que dibujan distintas (e incluso contradictorias) imágenes de igualdad y de libertad.
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