Los guardianes de la excelencia
Rubén Martínez
“Hoy en día, existe también una Nueva Derecha que habla de excelencia, de valores humanistas, con el mismo aire; que ve manifestaciones menores como muestra de ‘anarquía’ y ‘caos’ a las que opone en nombre de la razón, la cultura, la educación”. Esto escribía Raymond Williams en The Spokesman, en 1970. Un año antes, en Manchester, hacía una conferencia con las mismas reflexiones acompañadas con un nivel de cabreo milimetrado. Ese tipo de cabreo que exigen las cosas que uno considera importantes. Entre otros, las palabras de Williams iban dirigidas a Mathew Arnold, uno de los grandes exponentes de la teoría cultural burguesa. Es curioso. Más que cabreo, he sentido un escalofrío al volver a leer esas críticas de Williams. Retomo el episodio del que nacía esa reacción frontal de Williams hacia Arnold, creo que es bastante revelador.
Es curioso. Más que cabreo, he sentido un escalofrío al volver a leer esas críticas de Williams
Lunes, 23 de julio de 1866. Al no reconocerse el derecho a voto de la clase trabajadora, la Liga Reformista convocó asambleas en Hyde Park. Se trataba de conseguir el derecho al voto masculino, algo que hoy no veríamos como excesivamente radical. Stuart Mill quiso ampliar ese derecho también a las mujeres, pero eso no estaba en los planes iniciales de la Liga Reformista. Miles de obreros confluyeron en Marble Arch para acabar encontrándose con un cordón policial que les negaba la entrada a Hyde Park. Una parte de la congregación asaltó el parque considerando que esa zona de la ciudad pertenecía a todo el mundo y no dudaron en emplear la fuerza para contestar al bloqueo institucional. A la semana siguiente, los líderes moderados de la Liga Reformista se citaron con el Ministro del Interior solicitando el uso de Hyde Park para un nuevo intento de asamblea. Finalmente, fue desautorizada y se hizo una nueva ley para prohibir congregaciones en Hyde Park.
Matthew Arnold, en una conferencia titulada “la cultura y sus enemigos” cuestionó la manipulación mediática, la insistencia de entender que la sociedad se gobierna y educa a través de una minoría que habla desde su atril, la ficción que esconden las consignas y eslóganes dirigidas a una ciudadanía catalogada como “masa”. Decía Arnold que la cultura es de aquellas personas que tienen:
“(…) pasión por difundir, por preservar, por llevar, de un extremo a otro de la sociedad, lo mejor del conocimiento, las mejores ideas de su tiempo; aquellas personas que trabajan por desnudar el conocimiento de todo lo que es escabroso, tosco, difícil, abstracto, profesional, exclusivo; los que lo humanizan, los que hacen eficaz por fuera de las camarillas de los cultos y educados, sin que deje de ser el mejor conocimiento, el mejor pensamiento de la época”.
Pero, y este giro es importante, a Arnold no le resultaba para nada contradictorio este discurso humanista frente a lo que opinaba sobre las revueltas de Hyde Park. Para Matthew Arnold, Hyde Park era un síntoma de la anarquía general, del caos social.
“Para nosotros, que creemos en la razón correcta, en el deber y la posibilidad de liberar lo mejor de nuestro ser, en el progreso de la humanidad hacia la perfección, para nosotros el entramado social, que es el teatro en el que este augusto drama ha de desarrollarse, es sagrado; y quien sea que lo administre, aunque queramos removerlo del poder, será obedecido firmemente por nosotros cuando se trate de reprimir la anarquía y el desorden; porque sin orden no puede haber sociedad alguna; y sin sociedad no puede existir la perfección humana”.
Como señalaba Williams, Arnold olvidaba el origen del “desorden”. Ni una sola mención a la represión institucionalizada. Ni una sola palabra sobre la negación a elegir democráticamente a quién y cómo se delega el poder. Excelencia y valores humanistas, sí; disciplina y represión en nombre de esos valores, por supuesto. Esto es lo que llevó a Matthew Arnold a escribir su libro ‘Cultura y Anarquía’, donde los valores civilizados y la excelencia estaban lejos de ser producidos por quienes vivían confinados en los barrios obreros. Para esas gentes sin Cultura, Arnold reservaba la etiqueta de anarquía, deseando que en algún momento pudieran tener garantizada la educación que necesitaban para, entonces sí, poder votar o poder pasear por Hyde Park. Los paladines de la razón y la argumentación informada –decía Williams– los custodios de los valores que nos constituyen como seres civilizados o modernos.
No resulta complicado ver a la derecha rancia en ese mismo papel. Recordemos las bufonadas de Hermann Tertsch cuando, en nombre del civismo, el Estado de derecho y la democracia, insultaba en horario prime time a quienes conducían los escraches de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Tampoco resulta muy difícil descubrir en ese mismo relato a la “nueva derecha” camuflada con rasgos entrañables y mentalidad pragmática. Recordemos al alcalde de Barcelona Xavier Trias caricaturizando el conflicto de Can Vies por considerar a su comunidad gente incivilizada y poco dialogante. Una cultura trascendente, elevada, cívica, que tiene una expresión democrática razonada y razonable. Antes, a la cultura que no les gustaba la llamaban anarquía, hoy la llaman anti-democrática.
Los de arriba del capital cultural contra los de abajo. Este enfrentamiento es algo más incómodo, tal vez menos enconado pero, de ahí mi escalofrío, nos interpela directamente
Pero en defensa de “el mejor conocimiento, el mejor pensamiento de la época” no solo se encuentra una derecha tradicional o una nueva derecha. De las izquierdas y derechas hemos pasado a los de arriba contra los de abajo o, por lo menos, así se va inyectando en la hegemonía cultural. Lo de “el mejor conocimiento, el mejor pensamiento de la época” o “quienes realmente humanizan el conocimiento” no crea dos bloques a izquierda y derecha, sino bloques diversos con comunidades que amasan más capital cultural frente a comunidades con menos capital cultural heredado o acumulado. Los de arriba del capital cultural contra los de abajo. Este enfrentamiento es algo más incómodo, tal vez menos enconado pero, de ahí mi escalofrío, nos interpela directamente.
Laboratorios ciudadanos que cuestionan la cultura oficial y por los que solo circulamos agentes culturales cualificados. Fab Labs, Medialabs, Centros Culturales que abogan por la cultura libre, espacios independientes y proyectos colectivos que apuestan por la innovación cultural. Un contexto aquejado de endogamia donde con más o menos conciencia, con más o menos inercia, vamos archivando de manera libre, abierta y neutra “el mejor conocimiento, el mejor pensamiento de la época”. El espíritu de Matthew Arnold sobrevolaba nuestras cabezas hasta encontrar un cobijo húmedo y caliente en nuestros cuerpos. Sin apenas darnos cuenta, vamos construyendo una cultura crítica trascendente mientras puntualmente lamentamos que no todos y todas podamos formar parte o acceder a ella. El acceso a la cultura, un tema que hoy es especialmente complejo y por el que felizmente hemos pasado página. Es en favor de la cultura experimental, es en nombre de lo que todavía nos permite hacer soñar, es en defensa del legítimo derecho para practicar nuestras distinguidas aptitudes culturales.
Experimentar, cuestionar y lamentarse; agarremos con fuerza ese tridente, como buenos guardianes de la excelencia.