Tres formas de acercarse a la cultura libre
Jorge Gemetto
Durante todo el mes de septiembre tuvimos la suerte de ser parte del LibreBus, un ómnibus que recorrió más de 8.000 kilómetros y 4 países difundiendo la cultura libre por el Cono Sur. Durante el recorrido del LibreBus conocimos muchos lugares, personas, colectivos y experiencias. Esto motivó largas charlas entre los librenautas, tratando de asimilar lo que estábamos viendo y viviendo. Después de terminado el viaje, podríamos hablar de montones de cosas que nos impactaron y de las que aprendimos, pero son tres los temas que sintetizan las reflexiones que nos surgieron durante nuestra participación en el proyecto.
Convergencia de movimientos
Una de las cosas que aprendimos durante el trayecto del LibreBus fue a ver con claridad que lo que nosotros defendemos en el ámbito de la cultura y de la educación (la libertad para crear y para compartir) es no sólo análogo sino que forma parte de la misma realidad que afecta a otros movimientos sociales. Durante el trayecto hablamos con gente que viene de la lucha por la biodiversidad y por la libertad de intercambiar semillas. También conversamos con activistas del software libre, del hardware libre y de las redes libres. Y si bien no lo hicimos, también podíamos habernos cruzado con gente del campo de la ciencia y de la salud. Lo que todos, cada uno desde su ámbito, intentamos promover es una forma de producción y de creación que respete la autonomía de los pueblos y la libertad de las personas. El problema es que esta forma de producción está amenazada por sucesivos avances en la privatización del conocimiento, donde se utiliza como principal arma las leyes y tratados de propiedad intelectual. Comprender esta convergencia de problemas y soluciones lleva inevitablemente a que nos pongamos a articular nuestros discursos y nuestras acciones.
Por ejemplo, veamos cómo la lógica del conocimiento libre puede trasladarse a los dispositivos electrónicos para que no estén limitados por restricciones para utilizarlos, armarlos y desarmarlos. Los especialistas en hardware libre nos contaban cómo éste favorece el aprendizaje de electrónica, dado que se puede conocer cómo están hechos los dispositivos y de esta manera se pueden construir versiones alternativas de los originales.
Un ejemplo interesantísimo es el proyecto Robotícaro, pensado para desarrollar la enseñanza de robótica en las escuelas. Las placas pueden ser fabricadas de manera local y los chicos acceden a la información acerca de todo el proceso de producción, a diferencia de otros sistemas de enseñanza de robótica basados en tecnologías privativas. A su vez, estudiantes que aprendieron al margen del “eso no se toca” serán más libres y capaces de innovar a través de nuevas tecnologías de fabricación de código abierto.
Otro campo, en el que la libertad para intercambiar y compartir siempre fue fundamental, es la agricultura. Desde siempre, los agricultores produjeron y mejoraron sus propias semillas, intercambiando entre ellos el material genético que ellas contienen y el conocimiento sobre cómo cultivarlas. Sin embargo, los expertos en biodiversidad nos hablaron de cómo las plantaciones con semillas transgénicas alteran cultivos aledaños, y cómo el patentamiento de dichas semillas amenaza la libertad de los pequeños productores agrícolas de hacer lo que siempre hicieron: intercambiar semillas y mejorarlas para obtener nuevas variedades y mejores cosechas, sin depender de empresas multinacionales. La sociedad debería tener información y participación en la forma en que se producen los alimentos que consumimos, lo cual es imposible con los paquetes tecnológicos cerrados y monopólicos que favorecen un solo tipo de modelo productivo, altamente concentrado y que no satisface las necesidades alimentarias, ambientales y éticas de las comunidades.
El tema de la puesta en perspectiva de la economía solidaria
Durante nuestra estadía en Rosario, Argentina, fuimos a la Biblioteca Popular Constancio Vigil. Allí conocimos la historia de esta asociación social y cultural, que nació en la década de 1950 como una pequeña iniciativa barrial y que luego, en sus años de máximo esplendor, llegó a movilizar a miles de personas en emprendimientos de educación y cultura en la provincia de Santa Fe. Fue la dictadura militar argentina de fines de los ‘70 la que desmembró la Biblioteca, del mismo modo que desmembró otras formas de organización social e incluso la convicción de que era posible satisfacer las necesidades educativas, culturales y sociales de las comunidades mediante iniciativas de economía solidaria.
Cuando hoy hablamos de las posibilidades que brinda Internet para la difusión de cultura, para la educación abierta y para la autogestión o gestión comunitaria, no podemos olvidar que en el siglo XX, hasta los años 70, florecieron una enorme cantidad de proyectos mutuales y solidarios, de los cuales la Biblioteca Vigil es un excelente ejemplo, y que constituían alternativas de peso frente a las formas de producción capitalista. Hoy en día, después de décadas de neoliberalismo, vuelven a cobrar fuerza nuevos tipos de emprendimientos solidarios con el apoyo de las tecnologías digitales. Aparecen también nuevas formas de comunicarse y de organizarse: el conocimiento se intercambia a escala global en redes de pares, el software libre es producido de manera comunitaria, se generan herramientas para el trabajo colaborativo a distancia, se financian proyectos a través de microdonaciones y se trabaja en red compartiendo tiempo y recursos que de otra forma quedarían ociosos.
Pero muchas de estas acciones, que son posibles gracias a Internet como red global distribuida, tienen su origen en prácticas solidarias anteriores y, por tanto, deben nutrirse de aquellas experiencias del siglo XX, sabiendo que no es deseable replicarlas (el mundo de hoy es diferente del mundo del siglo XX), pero sí conocerlas y rescatar sus enseñanzas. De manera complementaria, uno de los fundadores de La Vigil nos contaba cómo ahora que tras más de 30 años la biblioteca recuperó sus bienes, los socios piensan reeditar la función social que tuvo, pero sabiendo que deben hacerlo de otra manera, dado que el contexto ha cambiado.
Aquí también, entonces, la convergencia se vuelve inevitable.
La cultura libre y el altruismo
Algo de lo que se habló mucho durante el viaje fue de la cuestión del altruismo y del amor por compartir. En Ártica creemos que celebrar el acto de compartir es divertido, es saludable y también es algo necesario ante los ataques desafiantes de los lobbies del copyright. Pero también creemos que es necesario comunicar a los creadores que compartir lo que hacen no es necesariamente una cuestión de bondad o de altruismo, sino que hoy en día es también, al menos para los pequeños, una cuestión de supervivencia.
Como bien contaron durante el viaje Diego Sepúlveda Porzio, del sello Cazador Discos, y Lautaro Barceló, de Uf Caruf!, ambos sellos musicales independientes, licenciar de manera abierta sus discos es la mejor estrategia posible para dar a conocer las obras y convocar a los shows. De un modo similar, escritores, artistas visuales y cineastas independientes tienen en Internet a un aliado para difundir su trabajo, contactar a otros artistas y colaborar con ellos, relacionarse con el público y sustentar el trabajo con el apoyo de la comunidad.
Es decir que incluso si estos creadores fueran egoístas, deberían estar en favor de la cultura libre. Un enfoque basado en la cultura libre es, para la mayor parte de los creadores, el mejor modelo de negocio. Y de modo más general, un ecosistema creativo libre, donde hay menos barreras para producir cultura y donde es más fácil llegar al público, promueve un universo cultural más diverso y sustentable.
Por eso, lo curioso del nuevo ambiente social que se gesta día a día es que en la Red compartir no implica disminuir lo que tienen unos para que a otros les toque una pequeña parte. Poner a disposición un patrimonio que es intangible e infinitamente copiable no implica pérdida sino ganancia. En un entorno basado en la abundancia, cuanto mejor está el entorno, mejor le va a cada una de las personas individuales, y un entorno rico en interacciones y recursos es una enorme motivación para los individuos creadores. Estos se sirven del reservorio de recursos comunes o procomún, el cual les permite crear nuevas obras, y aprovechan la Red para entablar colaboraciones con personas de todas partes del mundo, como bien sucedió en el caso del LibreBus, donde activistas de muchos países confluimos gracias al trabajo en red.