Para construir cultura libre hay que usar infraestructuras libres
Jorge Toledo
Muchos hemos vivido ese conflicto interno, y nos han surgido preguntas. ¿Deberíamos ser consecuentes y apoyarnos en herramientas e infraestructuras construidas desde los mismos principios que aplicamos en nuestro trabajo, o son cosas separadas? ¿Podemos programar software libre desde un Mac? ¿Podemos hacer diseños colectivos con palés usando AutoCAD? ¿Podemos alojar iniciativas de economía alternativa en un espacio cedido y financiado por un banco?
Adolfo Estalella, por acotar el debate y también por picarnos un poco a todos, se posicionaba de este modo en uno de sus emails:
Mi hipótesis es que el esfuerzo por la cultura libre no pasa necesariamente por la utilización de infraestructuras libres. Es posible contribuir sustancialmente a la cultura libre mediante el uso de infraestructuras propietarias.
Este planteamiento tiene toda su lógica: muchas veces podemos ser más productivos e inclusivos si usamos las herramientas más accesibles, generalizadas, desarrolladas o conocidas, aunque no sean libres. Y si eso mejora nuestro trabajo, ¿para qué sacrificar esa eficiencia y eficacia limitándonos exclusivamente a medios “libres”?
Para lanzar el debate, en este post voy a adoptar la postura opuesta: el fin no justifica los medios. Si queremos construir cultura libre, tenemos que apoyarnos en infraestructuras libres.
En base a su hipótesis de partida, Adolfo hace varios comentarios, que voy a usar como lanzadera para seguir argumentando:
La cultura libre es más sucia e impura de lo que pensamos.
Me parece muy cierto, sería bastante ingenuo sostener lo contrario. Pero no está de más puntualizar que ambas culturas lo son. La propietaria se alimenta igualmente de lo común y de lo libre. No hay patente de engranaje que no se apoye en el concepto previo, y libre, de la rueda. Si admitimos que rara vez vamos a poder usar al 100% infraestructuras libres, es justo admitir lo simétrico. Todas aprovechan algo de otras, y por tanto todas tienen dependencias. Nos gusta hablar de blancos y negros, pero en el día a día lo que tenemos son confusos borrones de tonos intermedios.
La noción de libertad que acompaña a la cultura libre no puede colapsarse en el régimen de propiedad, como ocurre con el software libre donde es ‘libre’ el software que tiene un tipo de licencia específico. En este caso (en el de la cultura libre) implica muchos matices relacionados con la forma de organización de los colectivos, la distribución de atribuciones para la toma de decisiones, su accesibilidad y apertura…
Creo que también hay algo que puntualizar aquí: lo mismo pasa con el software. Es una simplificación muy grande pensar que el software libre está definido sólo por una licencia. Hay unos modos de hacer concretos detrás, una comunidad (con todo su debate sobre accesibilidad, apertura, responsabilidad, control, etc.) y sobre todo unas motivaciones, objetivos o valores. Richard Stallman insiste mucho en ello y es en parte la causa del cisma de principios entre los términos “software libre” y “open source”. Si vamos a inspirarnos para algo en el software libre, hay que coger todo el fenómeno cultural en su conjunto.
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Todos esos aspectos están mediados por las infraestructuras digitales y las de software libre generan en ocasiones jerarquías relevantes porque no todo el mundo tiene la experticia necesaria para tomar el control de esa tecnología.*
De nuevo, esto no sólo aplica al software libre. Toda infraestructura digital (en realidad toda tecnología) genera jerarquías desde el punto de vista de su acceso, uso y control. Hay algunas aplicaciones libres que levantan barreras de usabilidad (y otras que no), y hay algunas aplicaciones privativas que levantan barreras económicas (y otras que no). Etcétera.
Aclarado esto, paso a intentar argumentar por qué creo que es necesario el uso de infraestructuras libres y por qué sin ellas no podemos construir una cultura libre fuerte, consistente y duradera. Ahí van unos cuantos motivos encadenados:
Creo que es necesario el uso de infraestructuras libres y porque sin ellas no podemos construir una cultura libre fuerte, consistente y duradera.
La infraestructura moldea la costumbre. Lo que se produce con el apoyo de una cierta infraestructura adopta modos de hacer distintos que lo que se produce con otra. Cambiar los modos de hacer requiere muchas veces cambiar la infraestructura. Si no podemos cambiarla porque no está en nuestras manos, estamos moviéndonos dentro de límites impuestos por otros. Ejemplo: ¿Podría La Tabacalera desarrollarse igual si su comunidad no pudiera pintar, arreglar o intervenir en general, por sí misma, sobre el edificio que ocupa?
La costumbre crea dependencia. El modo de hacer, cuando se incorpora como costumbre, se traduce en una dependencia directa de cierta infraestructura. Podemos seguir confiando y apoyándonos en la infraestructura propietaria porque ya la conocemos y nos resulta cómoda e inclusiva, sin requerir un desarrollo añadido en lo personal, en lo social y en la propia herramienta. A corto plazo esto es eficaz y eficiente. A largo plazo, estamos desentrenando nuestro poder de cambio, lo que nos deja en manos de una infraestructura que no controlamos y que nos puede dejar tirados o incluso volverse en nuestra contra en cualquier momento. ¿Os han cerrado alguna vez, por un motivo ajeno a vosotros, la cuenta de Google? ¿Pensáis que no va a suceder nunca? ¿Habéis pensado qué pasaría con vuestros documentos, vuestra agenda, vuestros mails, etc.?
Estamos desentrenando nuestro poder de cambio, lo que nos deja en manos de una infraestructura que no controlamos y que nos puede dejar tirados o incluso volverse en nuestra contra.
La dependencia es una debilidad. Si nuestro objetivo es tener una cultura libre fuerte pero dependemos (porque hemos adaptado nuestros modos de hacer, o porque tenemos allí alojados nuestros bienes) de una infraestructura privativa, el futuro de lo que hagamos estará en manos de intereses no “procomunitarios”. Nos hace crecer más cómoda y rápidamente, pero nos puede hacer caer con la misma facilidad y velocidad. Y tras esa caída, podemos encontrarnos con que todas las alternativas están por construir… porque claro, nadie lo ha hecho por nosotros.
El final de una dependencia puede ser un trauma… o un desarrollo. O hacemos evolucionar nuestras infraestructuras poco a poco conforme cambiamos nosotros, o tendremos que sufrir un cambio brusco y traumático, con pérdidas de energía o recursos y una gran caída en la eficiencia y la eficacia. El desarrollo de una comunidad sucede relación cercana con el de sus infraestructuras, y es más potente si es evolutivo y consciente que traumático e involuntario.
El desarrollo es necesario para el empoderamiento. Invertir esfuerzo regularmente en conocer, controlar y mejorar nuestras infraestructuras es lo que nos libera de la dependencia de ellas, porque nos hace capaces de modificarlas o de cambiar a otras. Una comunidad que no ha participado nunca del desarrollo de sus herramientas no tiene poder sobre ellas, y actúa más torpemente ante otras nuevas.
El desarrollo va ligado al uso. No podemos pretender que las infraestructuras se desarrollen si no las utilizamos para cubrir nuestras propias necesidades. La infraestructura resuelve problemas actuales y tangibles, no puede desarrollarse sobre ficciones de uso ni sin la participación de los agentes interesados. Por eso hay cientos de editores de texto libres (los necesitan-desarrollan los propios programadores) y prácticamente ningún programa libre de, por ejemplo, cálculo de estructuras. Scratch your own itch, que le dicen. Cuantos más perfiles sociales necesiten, usen e influyan en una infraestructura, más inclusiva será y más potente será su desarrollo.
En resumen:
La infraestructura libre es una inversión de futuro. Una cultura de fuerte desarrollo de infraestructuras abiertas permite a cualquier comunidad evolucionar más allá de las restricciones que estas imponen. Y al contrario, una comunidad que depende de medios “intocables” sólo podrá crear y desarrollarse exclusivamente dentro de los límites de éstos, o saltar por desbordamiento de unos a otros, con el desgaste no constructivo que eso supone.
Una cultura de fuerte desarrollo de infraestructuras abiertas permite a cualquier comunidad evolucionar.
El poder que la infraestructura te da, la infraestructura te lo quita. Y por eso es importable que podamos controlar qué nos da y qué nos quita la infraestructura. Renunciar a ese empoderamiento futuro por una cuestión de conveniencia cortoplacista empieza, hoy día, a rozar lo temerario. Las infraestructuras para construir cultura libre tienen que ser libres, como mínimo, en todo el ámbito de acción de una comunidad, e idealmente alcanzar más allá de esta. Si entendemos que la cultura libre contiene muchas comunidades interconectadas, es fundamental que la infraestructura sea libre para todas ellas, de modo que lo que una produzca pueda cubrir lo que otra necesita, y viceversa.
Bien… en este punto del post pensaba abordar de forma más práctica la pregunta crítica: ¿cómo resolvemos el conflicto que se plantea cuando, a corto plazo, son más limitantes las infraestructuras libres que las privativas?
Tenía cuatro párrafos más escritos sobre este punto, pero me temo que mi propuesta iba a desdibujar lo expuesto hasta ahora, y prefiero dejarlo claramente posicionado en un lado de la balanza, aunque sólo sea para facilitar el debate.
¿Qué pensáis sobre esto? ¿Creéis que es mejor renunciar a la libertad en las infraestructuras a cambio de poder trabajar de forma más eficiente para otros aspectos de la cultura libre? ¿O hay que apostar, cueste lo que cueste, por desarrollar infraestructuras libres para construir esa cultura desde una mayor coherencia?