Volver a copiar, transformar y escribir en los márgenes

Enrique Chaparro

Este texto es un desgrabado de la charla que ofreció Enrique Chaparro en el 4to. Foro Nacional de Educación para el Cambio Social, que se realizó en la ciudad de Rosario los días 6, 7 y 8 de junio. En ese marco, se realizó un panel que contó con la presencia de Tamara, Enrique Chaparro, Javier García Alfaro y Marilina Winik, denominado: “Conocimiento para todos. Una mirada crítica sobre la propiedad intelectual”. Por lo tanto, muchas de las frases suenan coloquiales por su adaptación al texto escrito.

¿Entre los presentes hay algún cinéfilo fanático que haya visto una película neozelandesa que se llamaba Navigator? Bájensela de The Pirate Bay un día de estos.
La historia de Navigator es una historia de herreros medievales que intentan prevenir la peste mediante un acto mágico. Suponen que fundiendo una cruz y colocándola en algún lugar determinado van a lograr prevenir la peste en su aldea. Pero su traslación no es en el espacio sino en el tiempo, hay una especie de portal en el tiempo que los transporta no al lugar donde debían instalar la cruz sino al otro extremo del mundo en pleno capitalismo postindustrial. Es decir, en nuestros tiempos. El shock que sufren estos herreros medievales, considerando carruajes que se mueven sin caballos, cosas que alumbran sin hacer fuego, superficies lustradas en el piso, es terrible. Sólo encuentran un lugar donde pueden gestionar algún tipo de solidaridad. Y además entender la lógica de cómo funciona. ¿Cuál es el lugar? Una fundición que está cerrando. Las técnicas básicas de la metalurgia no han variado notablemente en siete u ocho siglos.

A qué viene esto. Viene a que estamos en una universidad y las técnicas fundamentales de la universidad no han variado sustancialmente en siete u ocho siglos. Si por algún hecho milagroso lográramos congelar a un intelectual del siglo XV, probablemente a un florentino ya que me simpatiza Florencia y puedo leer el florentino clásico de corrido, si lo congeláramos y lo resucitáramos ahora, también se encontraría con ese terrible shock de fuegos que iluminan pero no queman y carruajes que no necesitan de caballos para ser tirados, vestimentas extrañas y tan ridículas como las de su tiempo, plástico, un vidrio que no se rompe…
El único lugar donde se sentiría cómodo es en la universidad. Seguimos con la misma dinámica funcional de las universidades del medioevo tardío y del Renacimiento. Esto que tenemos acá en el medio, este mostrador que divide este almacén, es sintomático. La actitud de ustedes, y la actitud mía, la actitud nuestra es sintomática de ese modelo académico del siglo XIV.

Dicho esto, apuntaré a un segundo lugar. Ustedes saben que estamos en lo que alguna vez fue un patio ferroviario. De hecho, alguna parte de los antiguos edificios ferroviarios se conservan. Rosario fue, en las épocas de oro de la Argentina, un gran nudo ferroviario. Por aquí pasaba el ferrocarril de Rosario Puerto Belgrano, el ferrocarril Centro de Argentino, el ferrocarril Centro Norte Argentino, el ferrocarril Buenos Aires al Pacífico… no me acuerdo de todas.

Este sistema ferroviario era, en la sociedad industrial, una especie de macrosistema de comunicación. Ha desaparecido. Pero también ha desaparecido en una extinción tan rápida como la del ferrocarril buena parte de las pautas características del capitalismo industrial. Pónganle el nombre que quieran y acéptenme el nombre provisional de “capitalismo postindustrial” para la época en la que estamos inmersos. Una de las características distintivas del capitalismo postindustrial es el de los fenómenos de monetización asociado con lo que llamamos “propiedad intelectual”. Propiedad intelectual es una palabra con una muy incómoda polisemia. Primero porque resume el concepto de propiedad, el concepto de exclusión. La característica central de la propiedad es la exclusión, es decir, el derecho del propietario frente a cualquiera de excluirlo del uso y goce de lo que posee. Lo de intelectual, considerando las producciones amparadas por la propiedad intelectual, notarán que deja mucho que desear. Pero, en realidad, les decía, este es un animal de muchas cabezas o un artilugio polisémico.

“Propiedad intelectual” engloba distintos experimentos sociales, económicos y políticos. El copyright y el derecho de autor, que son primos hermanos aunque no sean exactamente iguales (uno diría que son gemelos separados al nacer), las patentes, las marcas, una cosa muy singular que se llama “derechos de máscara” que es la propiedad sobre los semiconductores, las denominaciones de origen… cada una de estas tiene probablemente una motivación, una construcción, un discurso jurídico distinto.

Qué se intenta proteger mediante el derecho de marcas. Digamos, cuál es la idea jurídica que yace detrás del derecho de marcas. Curiosamente, el de la confianza pública, es decir, el hecho de que una marca identifica determinado bien y falsear esa marca falsea el bien. Este es el sustrato jurídico en el que se apoya. Una patente protege, originalmente por lo menos, el derecho público al conocimiento. Después veremos cómo todos estos tiros han salido por la culata, pero por ahora hay que repasarlos rápidamente. El objeto de una patente es publicar los resultados prácticos de una investigación, de aplicación industrial, novedosa, etcétera, de modo tal que el que obtiene la patente obtiene sobre ella una exclusividad de explotación determinada en el tiempo a cambio de que el conocimiento que de ella emana se vuelva público. De lo contrario quedaría amparada bajo un secreto industrial. Ustedes saben que la fórmula que permite hacer Coca-Cola no está patentada, es un secreto industrial. Si estuviera patentada estaría en el dominio público desde hace aproximadamente 120 años. Como es un secreto industrial, es un secreto.

El bicho más interesante, o por lo menos el que está más de moda, es el relacionado con los derechos de autor y conexos, y con el copyright. Tienen orígenes relativamente distintos. En realidad (y me permitirán hacer una síntesis muy apretada de la historia) el nacimiento de la imprenta de tipos móviles en Occidente produjo un salto altamente significativo. En principio, el hecho de que la capacidad de reproducir conocimiento se hacía infinitamente más veloz. Produjo también una expropiación significativa, la expropiación del derecho de copia. Hasta la aparición de la imprenta de tipos móviles no era cuestionable que cualquiera que pudiese copiar, copiase, con las limitaciones propias de la técnica de copiado manual.
Pero lo cierto es que ese derecho de copia no cuestionado incluía también la capacidad de transformación. Los manuscritos originales, lenta pero parsimoniosamente, se fueron transformando, fueron tomando notas marginales, fueron incorporando cosas nuevas. Entonces, ¿qué significaba la imprenta? Por un lado significaba, sí, la capacidad de difundir esos textos –y entiéndame “textos” en el sentido general y no particularmente referido al texto escrito-, la capacidad de reproducir esos textos en escalas nunca antes pensadas. También la capacidad de congelar el discurso. La transformación producida por la copia manual dejaba de producirse. Quisiera recordarles que, por ejemplo, de la copia manual salen los primeros documentos que tenemos sobre la existencia de nuestra lengua. Las primeras constancias escritas que tenemos de cómo el latín vulgar se transformó en la lengua que hoy hablamos aparecen en los manuscritos del monasterio de San Millán de la Cogolla, en España, en el siglo XI, en lo que se conoce como las Glosas Emilianenses. Así que ahí estaba esto que decíamos del trabajo mínimo de transformación.

Ahora bien, hacer copias implicaba un esfuerzo industrial. Este esfuerzo industrial requería de algún mecanismo de protección. Siempre los industriales han estado quejándose, desde que la historia es historia, de que necesitan algún mecanismo de protección. Y esta no es la excepción. El mecanismo de protección en cuestión consistía en concederle al editor derechos sobre las copias, de un modo tal que la inversión económica que hacía en montar una imprenta de tipos móviles y además preparar las galeras de los libros que iba a producir tuviera alguna forma de retorno de la inversión. Esto básicamente consistía en la imposición de un período de exclusividad. Por eso el copyright es derecho de copia, no tiene nada que ver, en principio, con los derechos de autor.

La doctrina de los derechos de autor camina marginalmente a ésta y surge esencialmente con el pensamiento francés de finales del siglo XVIII. En ese punto, que es otro de los tantos puntos de choque de concepciones de teoría política idealista y de teoría política materialista, la concepción de la Revolución Francesa es esencialmente que no hay nada tan propio y exclusivo como la expresión de las ideas. Típica escuela cartesiana. Los descendientes de la escuela inglesa, de Locke, de Berkeley, pensaban exactamente lo contrario.

Todos estos fenómenos tienen una especie de justificación racional. Ahora bien, qué pasa en el mundo de lo concreto, en el mundo que pisamos día a día. En primer lugar, el fenómeno prevaleciente de los últimos tres siglos es el modo de producción que llamamos capitalismo. El capitalismo, por esencia, necesita expropiar permanentemente. La esencia misma del capitalismo es la constante apropiación. En esto probablemente Carlos Marx se equivocaba, en minimizar el efecto de las apropiaciones secundarias pensando sólo en términos de la apropiación primaria u original. Ha habido, por fortuna, unas cuantas corrientes de pensamiento que nos han ayudado a interpretar esta cuestión de que no es que la obvia apropiación originaria es necesaria al surgimiento del capitalismo sino que el capitalismo es apropiador por necesidad de su misma existencia.

¿Esto qué ha implicado? Mientras hubo bienes materiales la cosa funcionó más o menos bien. El problema es con la primera ruptura de una correlación importante: la correlación del capital industrial y el capital financiero. En general los excedentes del capital financiero provocaron crisis cíclicas del capitalismo. Las crisis largas que conocemos como ciclo de Kondratiev y los ciclos cortos que son llamados ciclos de Trotsky. Qué sucede en particular cuando hay excedentes transitorios del capital financiero, qué pasa cuando estos excedentes del capital financiero dejan de ser transitorios y se vuelven permanentes. El primer fenómeno que podemos asociar con esto es la gran crisis del petróleo de 1973-1974. En ese punto el salto gigantesco en el precio del petróleo generó enorme excedentes financieros. Ahora bien, en la lógica capitalista estos excedentes financieros deben ser remunerados.

Apelo al sentido común de los presentes. Qué pasa cuando la cantidad de bienes y la cantidad de dinero se desequilibran, es decir, el bien en sí mismo y su representación nominal en términos de precio. Hay un fenómeno bien conocido que se llama inflación. Si todos los bienes que tenemos en el universo son estas tres botellas y todos los recursos financieros que tenemos en el universo son tres pesos es lógico que cada botella valga un peso. Ahora, si todos los recursos financieros que tenemos en el universo son nueve pesos, la lógica indica que cada botella pasa a valer tres. Cuando hay excedentes financieros y hay fenómenos inflacionarios, los excedentes financieros se licúan, pero al licuarse se licúan las deudas contraídas que son las que provocaron los excedentes financieros.

El problema era dónde metemos estos excedentes financieros. Ya no quedaban tierras comunes por apropiar. Los recursos libres de la naturaleza eran poco menos que cero. Había sin embargo un territorio que apropiar que es el territorio del sistema simbólico, aquellas cosas que forman parte de nuestro acervo común de conocimiento, de entretenimiento, de textos. Ahora bien, hay un proceso que es más largo que este proceso de los excedentes financieros, que es relativamente reciente.
Hay un proceso más largo que tiene que ver con las transformaciones del discurso que es la idea de obra y la asociada idea de autor. La construcción de la idea de autor es una construcción que permite este fenómeno de la apropiación individual de un pedazo del acervo común a nombre de alguien, y que por lo tanto justifica a posteriori la apropiación individual. Pero estos bienes tienen una característica muy singular. Primero que desde el origen no son bienes económicos. ¿Por qué no son bienes económicos? Porque a diferencia de la botellita de agua, la segunda botellita de agua tiene algo que se llama “costo marginal”. Es decir, cuando yo produzco la primera, para producir la segunda tengo un cierto costo, esto se llama “costo marginal”. Cuando produzco una obra intelectual, el costo marginal del segundo ejemplar, del tercer ejemplar y del enésimo es muy cercano a cero. Una vez que está hecha, puede ser usada por todos o puede ser usada sólo por algunos. No se agota. Lo que se puede llegar a agotar es su contenedor. Se pueden agotar los libros, pero no se puede agotar el Quijote por más que lo leamos. Se pueden agotar los discos pero no se puede agotar la tercera de Brahms.

Esta es la diferencia central. El problema es transformar esto que no es un bien económico porque no es escaso, es decir, no tiene costo marginal de reproducción… Y además, otro detalle interesante, es que no tiene valor marginal. Valor marginal es el valor que me da a mí tener a mí un ejemplar más del bien, y es contextual. Probablemente si estoy en el desierto y hace seis días que no tomo agua el valor marginal de la segunda botella de agua para mí sea muy importante, también el de la tercera, en general es decreciente. En las producciones intelectuales, el valor marginal para mí de la copia número dos es cero. No necesito dos Quijotes, con uno me basta. Si tengo un Quijote lo puedo leer cuantas veces quiera, no necesito tener dos Quijotes, a menos que quiera leer en estéreo.

Entonces, la obra no es un bien en el sentido económico estricto. Ha sido transformada en tal. Ha sido transformada en términos del discurso y ha sido transformada en términos de apropiación. Ahora bien, si algo es ilimitadamente reproducible, cómo hago para transformar esto en un bien. Hay un solo mecanismo, y ese mecanismo se llama coerción estatal. Es decir, yo no puedo copiar un libro porque la coerción estatal me lo impide, no hay ninguna otra cosa que lo impida. No me estoy refiriendo al continente, no me estoy refiriendo al pedazo de árbol muerto que alberga el libro, me estoy refiriendo a la obra. Esta contradicción se hizo palmaria con la aparición y popularización de medios digitales. Ya no había que llevar el libro en un pedazo de árbol muerto. Bastaba con intercambiar un cierto número de electrones. Los electrones por fortuna son baratos.

La cuestión entonces es que con la aparición de estos fenómenos digitales que reducen, que nulifican la necesidad del intermediario industrial (aquel que hizo la imprenta de tipos móviles y que fue evolucionando pero siguió siendo el mismo dinosaurio de la imprenta de tipos móviles), de pronto recuperamos aquello de la capacidad de copiar y transformar. El único obstáculo para copiar y transformar está dado por los mecanismos de coerción estatal.

En estos tiempos, por un lado el capitalismo necesita seguir apropiando para seguir funcionando. El territorio donde puede apropiar ya deja de ser el material porque el territorio de lo material es extremadamente complejo. Hay montones de tensiones intercapitalistas que le impiden avanzar simplemente. Conseguir unos barrilitos de petróleo o unos kilos de resina de amapola implican tomar países por asalto, y por lo tanto la ecuación económica es bastante más complicada que poner una ley y desplegar un ejército de guardias feroces y perros armados cibernéticos que controlen que no hagas copias de canciones. Hay una cuestión de eficiencia económica relativa.

El otro fenómeno que no debemos descuidar, a pesar de que sólo lo hemos mencionado marginalmente, es la capacidad de control del discurso. No sólo por el lado de las construcciones, este sistema de construcciones que nos ha transferido un montón de ideas que aceptamos como naturales: la idea de autor, la idea de propiedad intelectual, la idea de originalidad, la idea de creación. Todas estas cosas son variables del discurso apuntadas a justificar una construcción que es esencialmente política, en el plano de control del discurso, y esencialmente económica en términos de generar rentabilidad capitalista.

Espero no haber sido demasiado críptico, pero la cuestión es tan compleja que intentar sintetizarla en un ratito es difícil. Muchas gracias.

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1. http://codigosur.org/article/para-quien-producimos-conocimiento/

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